Elogio del aburrimiento

Quizás el mayor avance de la política moderna en las democracias liberales haya sido desvincularse de los grandes anhelos humanos, tan extraordinarios para suscitar obras de arte y holocaustos como incómodos en la rutinaria convivencia pacífica del día a día. Esa política menos inflamada, alejada de las verdades inconmovibles, se dedicaba a gestionar el mientras tanto con la participación de muchos que no compartían las recetas. O lo que es lo mismo, con la necesidad de llegar a acuerdos. Lo que requería de unos mínimos modales.

Como eso no tiene mucho interés, de vez en cuando hay que ganar elecciones, y ya no existen los canales omnímodos de comu­nicación que aseguraban la adecuada ­traslación de los mensajes, la política ha devenido un grotesco espectáculo de entretenimiento que busca con patética desesperación la atención de las gentes. Vivimos entre gritos, muecas, gestos grandilocuentes, contorsiones y violencias simuladas, que no acabamos de entender, y que resultan agotadores y perniciosos, porque expresan de nuevo esa combatividad ciega de la era de los afanes trascendentes (que sabemos adonde nos conducen) sin que los afanes existan.

Salvador Illa y Moreno Bonilla en un acto en la Sagrada Familia de Barcelona

Illa y Moreno Bonilla en un acto en Barcelona 

Quique García / EFE

Por eso, me parece balsámico que hayan aparecido unos pocos políticos cuyo interés más inmediato parece ser la invisibilidad. Gente como Salvador Illa o como Juanma Moreno está cerca de los políticos suizos que elogiaba Borges (“He vivido en Suiza cinco años y allí nadie sabe cómo se llama el presidente. Yo propondría que los políticos no fueran personajes públicos”). O de los vascos, de irreprochable discreción jesuítica. Todos representan la modernización pacificadora de la política.

Se ha conformado un 'star system' político que, a la manera de Hollywood o de 'Sálvame', atrae a la audiencia, pero por los motivos equivocados

Antes de que el Parlamento se transformase en un reality show, sus protagonistas eran oscuros gestores de maneras anodinas, y no parecía molestarnos mucho. A ellos les debemos buena parte del progreso en el que habitamos y del que no somos demasiado conscientes, vista la enormidad de nuestras quejas. Frente a ellos, en el otro extremo, ha prosperado un político expresionista y bullanguero, caricatura de su propia caricatura, deformación esperpéntica de los salvapatrias, que ha conformado un star system que, a la manera de Hollywood o de Sálvame, atrae a la audiencia, pero por los motivos equivocados.

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Aburrirse siempre fue estímulo de la creatividad y la acción. Y el único camino posible hacia la perfección, que se construye en la repetición de gestos rutinarios e idénticos. Kierkegaard sostenía que fue el aburrimiento lo que llevó a Dios a crear a Adán y al mundo.

Quizá sean esos políticos aburridos los auténticos creadores. Sospecho que, aunque lo intenten, Illa o Moreno están incapacitados para la grandilocuencia. Algo que, en estos tiempos de anhelos dramáticos, es un ansiolítico esencial. Son la tortilla a la francesa de la política, tan poca cosa, tan insustancial, tan imprescindible. Ojalá, y regreso a Borges, la política ­vuelva a ser, de nuevo, “una de las formas del tedio”.

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