Partidos o sectas

Una de las particularidades históricas de la política anglosajona ha sido la conexión entre representantes y votantes. Recuerdo un viaje a Tarpoley, Gran Bretaña, un pequeño municipio encantador con una oficina a pie de calle para su diputado. En la puerta, el horario en el que escuchaba las quejas y reivindicaciones de los ciudadanos. Este sistema permite, más allá del contacto real con el elector, una independencia de criterio de los representantes. En los parlamentos donde hay esta conexión es más fácil ver a diputados votar contra las directivas de su partido si perjudican los intereses de su circunscripción y, por tanto, le complican la reelección. ¿Recuerdan todas las veces que esto ha pasado en el Parlamento español o catalán? Contadas con los dedos de las manos y por parte de diputados que acostumbran a acabar en el grupo mixto.

Vista general del Parlamento Europeo durante una sesión

 

Philipp von Ditfurth/dpa / Europa Press

Pero este sistema hace tiempo que se corrompió. Si seguimos la historia reciente del partido republicano de EE.UU. hasta el momento en el que entra el horror, la mentira, la antipolítica, el caos y el negacionismo, todo empezó por el asalto decidido de un grupo externo, el llamado Tea Party, que fueron los primeros en usar estas armas y propuestas. La consecuencia, similar a la desestabilización de los antieuropeístas y filofascistas del UKIP de Nigel Farage sobre los conservadores británicos: leña al disidente, dimisiones de los más honrados y colonización de la formación por parte de tacticistas, inmorales y narcisistas como Donald Trump o Boris Johnson.

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Pueden hallar ejemplos similares en los partidos de casa ante la imposibilidad de dominar el debate público cuando empiezan a aparecer fenómenos como Vox o Aliança Catalana o incluso Podemos en su momento. Lentamente los partidos adquieren tics sectarios: el que se mueve desaparece de la foto.

¿Cómo combatirlo? Pues pongámosle contexto: el origen del Tea Party fueron los recortes y apoyo al corrupto sector bancario e inmobiliario en la crisis del 2008, mientras sus ejecutivos cobraban millonadas en bonus. La antipolítica de todos los colores nace de la injusticia que pervierte las reglas democráticas y el convencimiento de que los poderosos siempre ganan.

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