No hace falta construir muros si se pueden levantar barreras invisibles. Seguramente es lo que Trump, o sus consejeros, pensaron antes de mandar la bomba al mundo en forma de subida de aranceles. Los mercados han caído en picado y la tensión geopolítica es enorme. Solo queda por saber la respuesta de la Unión Europa y China a Trump.
¿Cómo se debe reaccionar hacia un líder demente que amenaza el equilibrio internacional y gobierna por intereses internos y narcisismo personal? Trump no propone una estrategia global, sino una revancha. No ofrece soluciones globales, propone castigos en forma de arancel. Su discurso no habla de futuro, sino de miedo. Ante esto, el mundo no puede titubear. Europa debe reforzar su autonomía estratégica y mostrar su liderazgo. América Latina, diversificar alianzas. Y los ciudadanos deben comprender que la globalización también es entender que lo que ocurre en un mitin de Ohio puede termi- nar vaciando un supermercado en Lima o cerrando una fábrica en Madrid.
Trump es un provocador, es la mecha para el gran incendio. Por ello, el mundo debe responder con calma y responsabilidad. Si él quiere aislarse, el mundo debe responder con un refuerzo de alianzas para reducir el impacto de la dependencia hacia Estados Unidos. Hay que tener en cuenta que pueden acelerarse acuerdos, en vez de decidir combatir al mismo estilo que Trump. Es decidir si quieres que la cuerda tensionada se rompa o dejarlo solo en el juego.
No dejo de pensar en El cuento de la criada . Esa distopía de Margaret Atwood. Trump, con sus discursos ultraconservadores, su coqueteo con radicalismos religiosos y su rechazo frontal al multilateralismo, hace que la línea hacia esa distopía sea cada vez más difusa. Gilead nunca llegó con tanques, sino con votos, con discursos del miedo y con la promesa de volver a un orden que nunca fue justo. ¿Les suena? Reducir derechos, hacer que la prensa sea el enemigo, la desinformación y el miedo como armas, el culto a un líder más allá de las herramientas democráticas…
Los aranceles pueden proteger empleos, pero también aíslan ideas. En un mundo donde cada vez se necesitan más puentes que muros, tal vez la mayor pérdida no se medirá en PIB, sino en conexión humana.
