Donald Trump volvió a la Casa Blanca con la oreja dañada por una bala. Un disparo seco, directo, que no cumplió su objetivo, pero sí su simbolismo: el presidente más omnipresente del planeta es también vulnerable. El atentado fallido de julio, una oreja sangrante, un puño en alto y un “¡Luchad, luchad, luchad!” para la historia, no hizo más que confirmar lo que todos sabíamos: Trump es un blanco enorme, literal y figuradamente.
Porque Donald Trump no es solo presidente: es protagonista. Lleva meses instalado en la portada permanente, el titular automático, la conversación global. Se ha convertido en un estado de ánimo, un algoritmo, un eco inacabable. Su nombre es citado más que el del papa Francisco, más que el del cambio climático, más que el de cualquier otro ser humano.

Y claro, con esta exposición llegan los enemigos. A centenares. A miles. Los tiene en todos los niveles: en los principales: China, Irán, Groenlandia, México, Canadá, media Europa.... los institucionales que si fiscales, jueces, medios... y los personales, excolaboradores traicionados, demócratas sorprendidos, republicanos que sonríen en público y conspiran en privado... A Trump no le faltan ni detractores, ni razones para que alguien quiera borrarlo del mapa. Lo que sorprende no es que intentaran matarlo, lo verdaderamente alucinante es que no lo hayan conseguido. Y sin embargo, él persiste. Imperturbable. Parece como si Trump no quisiera ser solo líder y pretenda ser leyenda. No hay nada más rentable en tiempos de cólera que sobrevivir a una bala. Da votos y gloria.
Pero la historia de EE.UU. es caprichosa y tiene memoria de pólvora. Lincoln, Garfield, McKinley, Kennedy fueron asesinados, Jackson, Truman, Ford, Reagan, George Bush jr. sobrevivieron al intento… todos sabían que el poder se ejerce bajo amenaza. Trump también y, en lugar de esconderse, se expone. Desafiando al destino: cuanto más lo odian, más grande se vuelve. El show no puede parar aunque le cueste la vida porque si algo nos ha enseñado la historia, es que cuando se repite, ya no lo hace como farsa. Y porque Trump, rodeado de enemigos y alimentado por el ruido, transita por la cuerda floja entre el poder absoluto y la tragedia histórica.
Lo único seguro es que, pase lo que pase, acabará en portada.