Voy a dar todos los datos y a poner negro sobre blanco nombres y ubicaciones para que no haya ninguna duda.
Hace escasamente una semana y media trascendió a la prensa un vídeo que grabó una joven en prácticas en la Escuela infantil Cascanueces de Torrejón de Ardoz.
En esa filmación se veía como una educadora llamada Raquel, con la cara pixelada y un plato y un cubierto en la mano, zarandeaba a una bebé de año y medio. Le tiraba la cabeza violentamente contra la pared cogiéndola por la barbilla y le metía, gritándole, una y otra vez, la comida en la boca mientras la niña lloraba desconsoladamente. Sin solución de continuidad la cogía por el brazo y le daba violentamente la vuelta para colocarla en su regazo con la cabecita mirando al techo y, mientras la criatura seguía sollozando sin aliento con la boca abierta, le iba haciendo engullir la comida, mientras la niña se atragantaba hipando entre lágrimas.
Ilustración de Eulàlia Duran sobre el maltrato en una guardería de Torrejón de Ardoz
Ese vídeo podía ser solo (¡que ya es mucho, muchísimo!) La evidencia de la crueldad del maltrato de una educadora con una criatura indefensa. Pero es más. Mucho más. La escena era contemplada con total pasividad, y por lo tanto con beneplácito, por otras dos educadoras que no mostraron intención de intervenir ni hicieron ningún gesto de atajar la escena ante el evidente mal que estaba sufriendo la cría.
¿Me sorprendió y escandalizó la escena? ¡Por supuesto!
El abuso de la fuerza, el castigo y vejación a alguien indefenso (y mucho más si es una menor sin capacidad de reacción ni posibilidad de rebelarse), la desfachatez y arrogancia de la actitud de la educadora demuestra una maldad intrínseca, muy profunda y arraigada en la manera de ser de la señora en cuestión. Y señala las mismas taras emocionales y de personalidad, aunque no fueran ellas las ejecutoras de ese acto, a las otras “señoras” que contemplaban la escena y, por corresponsabilidad, también compete a la directora o responsable que no vigila, cuida e impide cualquier conducta de abuso para con unos bebés.
El tema ahora ya está en manos de la justicia por trato degradante, maltrato de obra o agresión sin lesiones y, subsidiariamente, maltrato habitual. Pero déjenme que les haga una reflexión: viendo las imágenes… yo, que doy gracias al progreso y a la civilización que nos ha alejado de la justicia del medievo y hace que ahora cualquier delito sea enjuiciado por autoridades competentes y profesionales, y que defiendo, con vehemencia, que nadie sea juzgado en “la plaza del pueblo” en ninguna circunstancia, no entendí que cuando se pasaron las imágenes en distintos canales de televisión y medios de ámbito nacional se pixelara la cara de las adultas maltratadoras como si a esas personas mayores de edad hubiera que protegerles su imagen.
Pero, ¿esto qué es? ¿De verdad hay que preservar el aspecto real de esta adulta que golpea sin compasión a una criatura indefensa? ¿De verdad, ante la evidencia de una imagen con sonido que demuestra el qué y el cómo aconteció esa vejación en la Escuela infantil Cascanueces de Torrejón de Ardoz, resguardaremos la cara de Raquel? No señores, no.
Todos somos responsables de nuestros actos y el abuso y el maltrato infantil no tiene cabida en una sociedad civilizada y la civilización no pasa por pixelar a los adultos implicados en un delito.
¿De qué necesita protegerse esta señora? ¿De la vergüenza de ser reconocida? ¿Del apuro de ser señalada en sus círculos más cercanos?
La valentía ante el débil es crueldad y, si todos asumimos, también públicamente y sin píxeles, nuestros actos, a esta señora no le vendría mal asumir sus actos indecentes y que la humillación y el remordimiento la acompañe durante una buena temporada.