Qué pretende la nueva Administración de los Estados Unidos de América, un país nacido y enriquecido por la entereza de millones de inmigrantes, seducidos por el mundo que trenzaron los padres fundadores de la Unión y los gobiernos sucesivos. Los principios fundamentales instituyeron el liberalismo económico, las libertades dentro de los principios del Estado de derecho recogidos en la Constitución federal de 1776, a la que se fueron añadiendo todos los estados y algunas enmiendas.
La nueva democracia liberal se expandió propiciando el amor al triunfo económico, una sentida laboriosidad constructora, la abolición de la esclavitud sin extinguir el racismo y la creación de talento en universidades, tomando como ejemplo Harvard, la pionera, fundada en 1636. La cultura, la ciencia, la tecnología, la economía y el poder militar han florecido en las universidades, en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en los laboratorios nacionales dependientes de las universidades y en el conjunto de la sociedad inteligente.

Sin embargo, Trump y los suyos, inmigrantes o hijos de ellos, han impuesto el autoritarismo europeo de los años treinta y un nuevo orden global sin contar con la opinión de “los otros”. Solo lo eligió poco más de una quinta parte de la población. Setenta y siete millones de los 154 millones de ciudadanos que votaron. La población total es de 340 millones.
El jefe del lobby es ultranacionalista, abomina del pluralismo constitucional, del libre mercado, del ordenamiento jurídico, del poder judicial, del talento, de la cultura y de cuanto ha hecho grande y poderoso a Estados Unidos.
Tres meses son pocos para hacer un diagnóstico real de lo que nos espera. De momento, la incertidumbre prende en el planeta por la capacidad militar de la primera potencia mundial y por el caos económico que ya ha propiciado lo que podría ser un cambio de era.
La inflación, la rebelión de las universidades... pueden causar una revuelta en EE.UU. más intensa que en los sesenta
La aversión a Europa, la guerra de aranceles, el enfrentamiento duro con China, la extravagante relación con Vladímir Putin y la impasibilidad ante la crisis de Wall Street y de los mercados configuran las primeras pinceladas del nuevo mapamundi mental de los trumpistas. Por mucho que la Unión Europea sueñe con La paz perpetua de Kant, texto ejemplar en contra de la destrucción, no habrá tregua. El nuevo Ejecutivo americano ambiciona todos los poderes, en especial el judicial y el académico, además de intimidar a quien no acate lo ordenado, polarizar al máximo la sociedad y tratar de borrar a los países desobedientes.
Ningún cambio, por abrupto que este sea, nace de la nada. Las transformaciones se fraguan en la medida en que existen experiencias, datos y relatos que quiebran los planteamientos de los gobiernos preexistentes. Aquellos que deslocalizaron las industrias hacia países con bajos salarios y carencias sociales. Europa también ha seguido el ejemplo, despreciando oficios, métodos e industrias de productos básicos, ya irremediablemente perdidos por el olvido de las técnicas, algo que no ocurre en China ni en India ni en muchos otros lugares hoy poderosos por combinar los oficios con progreso, investigación, producción, laboriosidad, orden y tecnología.
Estados Unidos ha entrado en decadencia tras mantener durante años una moneda global sin producir los bienes y alimentos de consumo interno ni gran parte de los componentes y dispositivos de la tecnología que inventaba. Prefirieron cobrar royaltis en dólares a las empresas productoras externas y suprimir un alto porcentaje del tejido productivo propio que pudiera originar conflictos obreros o precios elevados.
El modelo económico estadounidense de las dos últimas décadas se ha basado en las finanzas, en los valores de Wall Street y en la tecnología punta generada. Aguantar el dólar como moneda refugio les ha costado un déficit gigantesco por lo mucho que han tenido que comprar en el exterior. El déficit ha ido a parar al mercado de la deuda, en buena parte en manos de China, de Japón y de los fondos de inversión contrarios al trumpismo.
Existen velos, descorramos uno de ellos. La inflación, la caída de los fondos de inversión, la rebelión de las universidades estadounidenses y las ventas masivas de deuda pueden desencadenar una revuelta interna más intensa que la de los años sesenta.