Los católicos siguen aumentando en el mundo. 1.400 millones de fieles; un aumento engañoso, puesto que toda la población mundial crece. Decrece, por supuesto, el cristianismo en Tierra Santa. Los palestinos de tradición cristiana, asediados por Israel y por el fundamentalismo islámico, han tenido que expatriarse. Algo parecido ha ocurrido en Siria y en Irak, territorios germinales del cristianismo.
Los cristianos árabes están desapareciendo a la fuerza mientras que los europeos se despiden del catolicismo con placer. Las jóvenes generaciones lo ignoran todo del catolicismo. Nadie los ha bautizado ni informado. El hachazo de 1968 fue contundente. Las generaciones maduras se cargaron, sin una sombra de duda, un árbol de unos 1.800 años.

De esta tradición queda un hilo: comunidades reducidas, quizás más depuradas, a las que Benedicto XVI invitó a convertirse en minorías creativas en unos países en los que el relativismo es la ética dominante. Los católicos son ahora los más claros discrepantes de los ideales hedonísticos de la cultura occidental. Por otra parte, la caridad que muchos de ellos practican es fundamento de la fraternidad, el tercer color, generalmente despintado, de las democracias. La minoría cristiana tiende a aportar dicha pintura, pero esto se sabe poco porque está fuera del foco de la opinión pública, salvo en momentos como este: en la muerte de un pontífice; o en los escándalos de la pederastia, una mancha que la Iglesia lleva encima como una eterna cuaresma.
También en Latinoamérica el catolicismo es decreciente. Las iglesias evangélicas, de inspiración estadounidense, han tejido formidables comunidades. Brasil será pronto de mayoría evangélica, una tendencia preocupante, ya que en el continente americano viven la mitad de los católicos del mundo. En África es donde, por demografía, crece más el catolicismo, aunque en Congo el sorpasso evangélico ya se ha producido. El catolicismo no abre nuevos territorios de misión, ya que en Asia la tasa de católicos es un 10% y en China, potencia en expansión, apenas un 3%. De ahí la geopolítica de Francisco, centrada en la misión en Asia. Ya Juan Pablo II había escrito que el tercer milenio tenía que ser asiático.
Quizás su nombre respondía a otro Francisco, Javier, que cristianizó el Japón y murió en una isla cerca de China
En estos días se habla mucho de las reformas de Francisco. En mi opinión, han sido más de fondo (la teología de los descartados) que estructurales. Su reforma más importante es la geopolítica del cónclave. Nunca se había producido una ampliación del colegio cardenalicio como la de Francisco, se dice. De los 135 electores, 108 habrán sido nombrados por él. Ahora bien: muchos de los cardenales escogidos no compartían su pensamiento. Si los ha nombrado es porque, previamente, habían sido elegidos por sus respectivas conferencias episcopales como presidentes o secretarios (eso explica que ni Toledo ni Sevilla tengan representación y sí Valladolid). Se puede seguir el mapa de las ciudades de los cardenales: en muchos países ocurre lo mismo. Un 50% del colegio cardenalicio ha pasado por una elección previa de sus compañeros de conferencia.
Segundo detalle geopolítico: Asia tendrá en el cónclave un 17% de representación, a pesar de su pequeño 10% de población católica: una prima de casi el doble. Mongolia (con un 1% de católicos) tiene voz en el cónclave, mientras que las muy católicas Irlanda o Austria, no. Francisco quería que la Iglesia arraigara en Asia, el continente del futuro. Por eso necesitaba desmarcarse de EE.UU.: no se entra en Asia con vínculos con el imperio americano. Y esto explica el pacto secreto, que permite a China intervenir en el nombramiento de los obispos. Se llama inculturización y los jesuitas la practican desde las antiguas reducciones de Paraguay: prescindir de lo accesorio (tradición europea) para que el cristianismo pueda amoldarse a la cultura local.
Se ha hablado mucho del nombre de Francisco de Asís, que inspiró un pontificado centrado en la pobreza, pero quizás deberíamos haber pensado en otro Francisco, Javier, que cristianizó Japón y que murió en una isla cerca de China, donde quería continuar su misión. Una grave enfermedad pulmonar impidió al joven Bergoglio ejercer su labor como jesuita en Japón y China, como ansiaba. Parodiando al obispo catalán Torras i Bages, Francisco creía que “el catolicismo será asiático o no será”. Veremos qué dice el cónclave.