Creencias de lujo

Ocurrió hace años, cuando mi hija era adolescente. Yo estaba preocupado. En las Fiestas de Girona se estaba poniendo de moda que los niños empezaran a salir de noche a los 13 y 14 años (si no antes) para iniciar, bebiendo a saco, el tránsito de la infancia a la edad adulta. Hablé de ello en una tertulia de radio. Lamenté que, con el aval de los poderes públicos y de la cultura dominante, los jóvenes acabaran encerrados en un mundo aparte, una especie de patria de la noche centrada en el alcohol, la música, el sexo casual y la droga. Un célebre tertuliano, un catedrático de universidad de lengua rápida, hombre culto y agudo, exclamó, con intención de corregirme: “¡Viva el carpe diem !” (Se refería, por supuesto, a la deformación actual de este lema latino: quemar la vida a cambio de placer; puesto que los clásicos querían decir otra cosa: vive intensamente cada instante, algo que está muy lejos de la esclavitud hedonista).

Se produjo un breve silencio, que en la radio es muy sonoro, y que yo aproveché para decir: “Esto que proclamas por las ondas no lo has enseñado a tus hijos”. Yo sabía que mi compañero de tertulia había educado a sus hijos con disciplina y que ellos habían aprendido a contenerse y a esforzarse; habían obtenido grandes resultados académicos. ¿Por qué aquel catedrático defendía en la radio lo contrario de lo que practicaba en su casa? Por la reputación que tiene entre nosotros hacerse el moderno, el liberal, el iconoclasta, el innovador, el rupturista, el especial. De ahí el concepto “creencias de lujo”.

Models present creations by Walerio Araujo during the Sao Paulo Fashion Week in Sao Paulo, Brazil, April 10, 2025. REUTERS/Tuane Fernandes

 

TUANE FERNANDES / Reuters

Como ocurre con la ropa de diseño, las élites culturales y sociales anglosajonas (y, detrás de ellas las nuestras) juegan a distinguirse de la gente “normal” cuyas creencias de lujo han servido para desmontar los valores sobre la familia, la religión, la enseñanza, la sexualidad, las drogas, la cultura. Por ejemplo: cuando todo el mundo había asumido la igualdad entre mujeres y hombres, surgieron las ideologías de género y la filosofía queer. Cuando la igualdad social avanzaba gracias al ascensor de la enseñanza, diversas teorías cuestionaron la pedagogía clásica. El resultado de este fenómeno es un aumento del desbarajuste social, del desconcierto cultural, del nihilismo.

Cuando todo el mundo ha asumido el respeto a las opiniones, las élites culturales han propuesto cancelaciones. Cuando la igualdad racial empezaba a asumirse, han propugnado identidades étnicas. Cuando todo el mundo asumió la belleza del “menos es más”, la alta moda resucitó al barroco. Cuando la higiene llegaba a las clases populares, se hizo famoso el grunge entre actores, cantantes y jóvenes refinados.

El resultado son sociedades escépticas, fragmentadas, dispersas, vulnerables, desconcertadas

Cuando los obreros accedían a la corbata, los progres entronizaban la camiseta. Etcétera. Siempre hay teorías, comportamientos y modas que prestigian a los exquisitos, mientras dejan en fuera de juego a las personas convencionales. Museos, universidades, alta moda y centros culturales abanderan esa deconstrucción obsesiva, que ha servido esencialmente para sembrar el desconcierto.

Quizás unas minorías muy formadas y confortablemente instaladas pueden vivir en la incertidumbre ética y el relativismo. Pero las sociedades no resisten el desconcierto sin fragmentarse, paralizarse, perder el nervio, fracasar. Todos buscamos aprobación. La gente no se atreve a quedar mal.

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Por eso las creencias de lujo tienden a popularizarse. Como ocurre con la moda. Las tendencias que se entronizan en los desfiles de los altos salones de París o Nueva York serán reproducidas en las tiendas de Zara o Mango con tejidos baratos. Y al igual que la ropa de hoy será obsoleta mañana, también las creen­cias actuales pasarán de moda cuando todo el mundo llegue a ellas. Una característica de las creencias de lujo es que cambian constantemente. Fabrican sociedades escépticas, fragmentadas, dispersas, muy vulnerables.

Después de años de jugar a este juego, no puede extrañar que el péndulo se desplace antipáticamente hacia el otro lado. La frivolidad ideológica de las élites ha producido un efecto rebote. Las élites no van a perder nada con este cambio. Los costes recaerán en los de siempre: las clases medias y populares salen muy perjudicadas del largo período de deconstrucción; y el desplazamiento pendular que ahora llega les perjudicará de nuevo.

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