Se baja el telón

Se baja el telón
Profesor de Economía del Iese

Al periodo iniciado hacia 1980 se lo suele llamar de “alta globalización” porque el proceso que lleva ese nombre, y que consiste en ir construyendo una economía mundial en torno al libre mercado, un mundo en que bienes, servicios y capitales puedan seguir unas reglas comunes para moverse sin trabas y donde las empresas tengan libertad de establecimiento, tomó un nuevo impulso entonces, en gran parte debido al cambio de orientación de la política económica con Ronald Reagan en EE.UU. y con Margaret Thatcher en Gran Bretaña. Unos cuarenta años más tarde vemos cómo baja el telón sobre esas cuatro décadas.

Hagamos memoria: en esas cuatro décadas, el PIB mundial se ha multiplicado por diez y la renta per cápita mundial por cinco, mientras que en los cuatro siglos que precedieron al inicio de la revolución industrial (1400-1800), uno y otra solo crecieron un 20%. La globalización ha sido uno de los factores que han contribuido a unos resultados nunca vistos. ¿Por qué, entonces, darla por terminada?

Chinese made cars, including Volvo and other brands, are seen at the port in Nanjing, in China#{emoji}146;s eastern Jiangsu province on April 16, 2025, as they wait to be loaded onto ships for export. China told Washington on April 16 to

  

AFP

Hay varias razones para ello: EE.UU. ha renunciado a ser el guardián –aunque no fuera imparcial– de las reglas de juego del mercado, sin que nadie tenga la autoridad y el poder necesarios para sustituirlo. Sin la confianza en unas reglas comunes respetadas por todos, el comercio internacional y, con él, la producción mundial, se fragmentarán. Las exigencias de la descarbonización encarecerán la energía y, en consecuencia, el transporte, base de la globalización. Esos son obstáculos externos, pero quisiera destacar uno interno, un defecto del mismo proceso de globalización: ha exacerbado la desigualdad, tanto entre países como dentro de (casi) todos los países, hasta convertirla en un factor esencial de malestar social y de conflicto político.

Volvamos a las cifras anteriores para ver cómo se han distribuido los frutos del extraordinario crecimiento. Entre países, la distancia que separa los más pobres de los más ricos no ha disminuido. A escala mundial, los más pobres han visto crecer su renta un 12% en los últimos treinta años, mientras que los grandes beneficiarios del proceso, las clases medias de los países asiáticos, han experimentado un aumento del 80%. En cambio, la capa inferior de las clases medias de los países ricos tienen hoy la misma renta que hace treinta años, mientras que en el 1% superior ha aumentado un 65%. ¿Siguen extrañándonos el populismo en aumento o los abandonados votantes del presidente Trump? No hay que olvidar que la desigualdad, cuando sobrepasa ciertos límites, se convierte en un factor determinante de conflictos políticos, sociales e incluso bélicos.

Hemos tratado de construir una sociedad en torno al libre mercado, y la sociedad se está quejando

Pero una economía menos globalizada, más fragmentada, ¿no será menos eficiente? Depende. ¿En qué es eficiente la globalización? Lo hemos visto: en fomentar el crecimiento del PIB mundial. Pero, ¿ha de ser ese el norte de nuestra política económica? Hemos visto que no, por sus consecuencias sociales. ¿Es eficiente en facilitar una distribución más equitativa de la renta? Tampoco. ¿En mantener el pleno empleo? Ya hemos visto las consecuencias en la desindustrialización del Medio Oeste estadounidense. En resumen: hemos tratado de construir una sociedad en torno al libre mercado, y la sociedad se queja.

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Cuando se levante el telón, ¿cómo será el paisaje? No lo sabemos. Seguramente más fragmentado, aunque no necesariamente enfrentado como hoy. Quizá los europeos nos sentemos a la mesa de los grandes con una sola voz; quizá no. Por importante que nos parezca hoy, a lo mejor no podrá ser, porque no es posible hacer caminar a un pueblo más deprisa de lo que quiere, y en este momento parece que no quiere más integración, porque las llamadas a la unidad encuentran una gran resistencia pasiva, a la vez que las referencias a gobiernos mundiales son acogidas con recelo. Encontraremos nuestro camino. Oiremos voces hoy silenciadas, cansados de oír siempre la nuestra.

No habremos renunciado al crecimiento ni al comercio internacional, pero los pondremos al servicio de otros objetivos. Quizá seamos eficientes en construir una sociedad en la que cada uno se sienta útil, y desarrollemos la inteligencia artificial para ese objetivo, y no solo con fines de control de la población o de publicidad. Difícil. Pero ¿más difícil que enviar cohetes a Marte? ¿Menos útil?

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