Los abuelos suelen ser personas entrañables para sus nietos y, por descontado, los nietos también lo son para sus abuelos. Los hijos y los nietos son la continuidad de nuestras vidas. Depositamos en ellos sueños y esperanzas que, tal vez, no hemos podido realizar, pero confiamos en que, durante su vida, cuando nosotros ya no estemos, ellos puedan convertirlos en realidad, además de tener los suyos propios, buscar nuevos retos, nuevas fronteras, que llenen su vida de felicidad.

Por eso, cuando sucede un accidente como el del helicóptero que sobrevolaba el río Hudson en Manhattan y muere toda una familia, la tragedia es máxima. Enterrar a un padre o una madre es ley de vida y lo acabamos aceptando. En cambio, enterrar a un hijo o a una hija es contra natura y cuesta muchísimo superarlo. Lo sé por experiencia. De aquello hace más de cincuenta años y es raro el día que no piense en ello. Pero el dolor de enterrar, además, a tres de tus nietos resulta indescriptible.
Nunca antes había visto un tanatorio con tantas flores como las que había en el velatorio de la familia Escobar-Camprubí. Ni tanta gente con lágrimas en los ojos. Es imposible imaginar el dolor de los abuelos, rotos por dentro, y dando las gracias a la multitud de personas que los acompañaban en el sentimiento. El ser humano es solidario por naturaleza y muchas personas que no conocían a las víctimas se han estremecido con ese terrible accidente.
Es imposible imaginar el dolor de los abuelos de la familia Escobar-Camprubí
Las imágenes del helicóptero cayendo al río Hudson son de un dramatismo terrible y luego la caída de esas malditas aspas, que, según parece, se desprendieron del aparato y rompieron la hélice de la cola. El impacto causado por esas imágenes, que se hicieron virales, llegó a millones de personas, que se solidarizaron con el dolor de la familia. Yo también me apiadé de las víctimas, cuando aún no sabía quiénes eran y el dolor me inundó de forma insoportable cuando leí que una de ellas era Mercè Camprubí Montal, con la que habíamos estado tantas veces en casa de sus padres en Sant Vicenç de Montalt y en la de sus abuelos en Arenys de Mar. Muy, muy lamentablemente, las otras víctimas eran su marido, Agustín Escobar, y sus tres hijos, Agus, Mercè y Víctor.
De nada sirve que ahora las autoridades americanas hayan retirado la licencia a esa compañía de helicópteros. De nada sirve que digan que sus aparatos se revisaban continuamente. Tal vez los controles no fueron lo suficientemente estrictos. Y no es hasta que ocurre un accidente de estas dimensiones que somos conscientes de la importancia de implantar y respetar los máximos protocolos de seguridad.