En la pecera de la masculinidad

Cuanto más se esfuerzan algunos hombres en deconstruir su masculinidad, más lejos están de poder ver el agua de su arquetípica pecera. Un colega que vive en Nueva York anima a sus hijos adolescentes a construirse “una nueva masculinidad” en el gimnasio. “Tienen que estar preparados –dice–, tú no sabes lo que está viniendo: en cinco años las chicas serán mayoría aplastante en las universidades, el mundo lo dominarán ellas”. El extraño argumento se desmonta sin más en cuanto se le recuerda que en EE.UU. antes han tenido un presidente afroamericano que han hecho presidenta a una mujer. “Es verdad, algo no cuadra”, conviene.

FOTO: MANÉ ESPINOSA. CIRCUITO DE EJERCICIOS AL AIRE LIBRE EN LA PLAYA DE LA BARCELONETA. JOVENES REALIZANDO EJERCICIOS DURANTE LA PANDEMIA CON LOS GIMNASIOS CERRADOS POR DECRETO DEL GOVERN

  

Mané Espinosa

Nadie dijo que deconstruir las masculinidades iba a ser fácil, pero era un paso necesario para alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres. Había que tomar conciencia –ellos y ellas– del status que conlleva nacer hombre y de la atávica injusticia que se articula sobre la base de las diferencias sexuales, léase misoginia, homofobia, opresión. En el proceso, no obstante, algunos han confundido “justicia” con sentirse bien consigo mismos. Los metrosexuales de hace tres décadas se antojaban aliados del feminismo por el mero hecho de rechazar ser un pelo en pecho. Un hombre que se depilaba parecía el colmo de la sensibilidad, y ya no digamos el que disfrutaba de cuidar de los hijos. Y así se fueron confundiendo los términos en la transparente agua de la pecera, mientras el machismo reculaba casi imperceptiblemente y tuvo que desatarse el MeToo para que muchas le pusieran nombre a abusos sufridos.

Hoy la “nueva masculinidad” ya es sinónimo de un nuevo encaje cómodo

Hoy la “nueva masculinidad” ya es sinónimo de un nuevo encaje cómodo. En este sentido, el ombliguismo es tal que no debería sorprender que buena parte de la población masculina sea incapaz de sentir preocupación viendo a un hombre declarado mujer golpear peligrosamente a una rival en la cancha de boxeo olímpico. “Es que yo estoy por la libertad”, es el argumento que se usa para desactivar el debate.

Pero no se está por la libertad de cualquiera, sino por la de los hombres que por autodeterminarse mujeres han de poder invadir espacios que al feminismo le costó siglos conseguir –centros de acogida para mujeres supervivientes de agresiones sexuales, por ejemplo– y que forman parte de los derechos adquiridos de las mujeres que ahora se quieren supeditar.

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