A Dios pongo por testigo de que cuando empiezo a escribir esto solo él sabe quién será el próximo papa. Cuando lo lean, el cielo ya habrá decidido, pero yo le estoy agradecido por, cardenal Omella mediante, habernos permitido pasar unas horas inolvidables –y a ustedes conmigo: eso es una entrevista– en el arzobispado de Barcelona con quienes eran dos de los papables de las quinielas de estos días.
Debo empezar por confesarme legítimamente orgulloso de nuestra cultura católica; porque sé, desde griego en 2.º de BUP, que significa “universal”. Porque el mundo hoy, como saben, se desglobaliza y regresa hacia una división en imperios que no reconoce ni la ONU ni las leyes internacionales. El Vaticano, en cambio, sigue dando testimonio de que todos los humanos somos iguales en derechos y obligaciones, hayamos nacido donde hayamos nacido o hayamos migrado.
El cardenal Luis Tagle es la nariz católica de Asia que asoma en Occidente, pero mi favorito era el cardenal Pizzaballa
Y eso bien vale una misa o unos cuantos millones desde que hay papa, gracias a dos cosas: la primera es que ser católico hoy ya no es solo una fe (a partir de aquí, monseñor Omella, tendrá que perdonarme) y mucho menos impuesta, sino una cultura, una forma de entender el mundo, la vida y lo que venga o no venga después: creas o no. Y es que he aprendido de muchos judíos entrevistándolos que serlo no es una fe obligada. Es una cultura. Los católicos han ido entendiendo también que serlo no consiste solo en creer, sino en aceptar y amar a quienes no creen como ellos y compartir todos ritos y tradiciones.
Y ¡qué maravilloso ejemplo de democracia son nuestros cónclaves! No he dejado de leer admirados análisis de sus reglas estos días en la prensa anglosajona, d’habitude más bien despectiva con lo latino.
El cardenal Luis Tagle (La Contra, 9/III/2022) fue nuestro primer papable contreado, presidente de Cáritas Internacional (¿alguien puede hablar mal de Cáritas sin mentir?). Es la nariz católica de Asia, digamos Filipinas, que asoma en Occidente para indicarnos hacia dónde va el futuro. Le pregunté por qué su país no ha logrado ser otro tigre asiático: “Los filipinos
–respondió– conciben el trabajo como obediencia; no como emprendimiento. Por eso, creamos emprendedores, pequeños empresarios y cooperativas día a día...”. ¡Bravo, monseñor! ¡Viva Filipinas libre!
Pero mi favorito era el cardenal Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén (La Contra, 21/II/2024). Sagaz, culto y políglota (habla hebreo y árabe). Y generoso: se ofreció como rehén a Hamas para evitar que lo fueran unos niños. Apenas quiso comentarlo para la prensa.
