Matemático constructor de puentes

La personalidad de León XIV es opuesta a la de Francisco. Si Bergoglio era expansivo, extrovertido, fogoso, de verbo apasionado, gestos efusivos y amante de desabrochar el pensamiento con espontaneidad, Prevost es sobrio, contenido, cauto, pausado, incluso circunspecto. Prudentísimo. Raramente improvisará una ­opinión que no haya sido destilada. En su primera intervención en el balcón de San Pedro, marzo del 2013, Bergoglio, campechano, empezó con un “Buona sera”. Mientras que Prevost, el pasado jueves, desplegó unos papeles previamente escritos y exclamó litúrgicamente: “La pace sia con voi”. El mundo católico ha pasado de un carisma expansivo, popularista, a un carisma discreto y calculado. León XIV procura disimular las emociones, sonríe con cautela y tiende a la precisión (y a la protección) de la letra escrita. Tras doce años de liderazgo pasional, los católicos estrenan un liderazgo clarificador.

VATICAN CITY, VATICAN - MAY 11: Pope Leo XIV delivers the Regina Caeli prayer from the main central loggia of St Peter's basilica on May 11, 2025 in Vatican City, Vatican. Pope Leo XIV (formerly Robert Francis Prevost) was elected to the papacy on May 8 following the death of Pope Francis on April 21. (Photo by Mario Tama/Getty Images)

 

Mario Tama /  Getty

Conocemos la voluntad continuista de León XIV respecto de Francisco. Pero en los pocos días que han pasado desde su elección también se observan diferencias. Una de ellas es la constante apelación a la doctrina y a las oraciones, que en tiempos de Bergoglio habían pasado a un segundo plano.

Tras doce años de liderazgo pasional, los católicos estrenan un liderazgo clarificador

En los días previos al cónclave, bajo el ruido mediático y el runrún de las redes, dos cardenales italianos se confrontaron indirectamente ante la opinión pública. Camillo Ruini y Baldassare Reina, de apellidos similares y posiciones discordantes. El anciano Ruini, en silla de ruedas, pero todavía influyente (expresidente de la Conferencia Episcopal Italiana), defendió en Il corriere la necesidad de un papado que devolviera “el catolicismo a los católicos”. Ruini, que no podía votar, pedía un repliegue: esta era esencialmente la posición del sector que, de forma muy superficial, los medios calificaban de conservador: un papa pastor, centrado en la doctrina, para los católicos desconcertados y divididos. Reina, nacido en Sicilia y ordenado en Agrigento (capital de una provincia que abraza también el islote de Lampedusa, adonde llegan constantemente los migrantes), defendía la necesidad de continuar la labor de Francisco y consolidar un catolicismo radicalmente vinculado a los más débiles, a los descartados y miserables. Consciente de la división interna, Reina sostenía que este no era el momento de los compromisos tibios, sino de un claro reforzamiento del camino de Francisco.

La primera impresión que suscitaron las referencias a Francisco por parte de León XIV parecían evidenciar que la propuesta ganadora era la de Reina. Pero algunos detalles formales ya evidenciaban matices: el tradicionalismo de las vestiduras, la contención retórica, las oraciones que trufan sus discursos. León XIV aparece como continuador y, al mismo tiempo, como restaurador. Quiere un catolicismo de los pobres, pero critica el ateísmo factual de quienes se dejan llevar por una reducción ideológica del catolicismo.

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A pesar de la fascinación que ha despertado este cónclave en nuestros medios, todavía predomina entre nosotros una mirada displicente sobre las formas de la elección del poder vaticano, descritas como arcaicas. Ya escribí en mis reportajes de los dos cónclaves anteriores que el Espíritu Santo demuestra siempre ser más sutil en la elección de los líderes católicos que la mayor parte de partidos e instituciones civiles en la elección de los líderes profanos. 

Como todos los pontífices de la época contemporánea, León XIV marcará época. Además de las virtudes que atesora (poliglotismo, conocimiento del mundo como visitador de su orden, vínculos profundos con la realidad de la pobreza y las migraciones en Perú), Prevost es matemático. Pocos líderes mundiales están tan preparados como él para enfrentarse a la revolución cibernética que nos estamos tragando sin saber cómo ni por qué. También es agustino. Y esto le lleva a entender no sólo el legado polémico y apasionante de san Agustín, sino también el de Lutero, que era agustino, el de los jansenistas puritanos y el de Blaise Pascal, científico y ensayista cristiano de gran vuelo. 

Toda una maravillosa tradición intelectual y vitalista (la gracia como fuente de salvación) se encarna en la figura de ese hombre reservado y tímido que ha aceptado serenamente un liderazgo casi tan pesado como una cruz.

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