Cada papa tiene su estilo, como, salvando las distancias, cada CEO tiene el suyo. Luego, en su quehacer diario, el nuevo consejero delegado imprime su manera de ser. El nuevo papa, igual, pero añadiendo un sumando, el Espíritu Santo, que es mucho sumando, y que es el responsable, por ejemplo, de que Juan XXIII, un papa mayor, de transición, convoque un concilio, que está influyendo en nuestras vidas setenta años después. Y de que un papa se muera al mes de ser elegido y venga un papa eslavo y la organice, bien organizada.
Llegó el cardenal Prevost, después de que los vaticanólogos bien informados sacaran listas y listas y, como siempre, no acertaran ni una.
Su currículum, impecable. “Un buen fichaje”, vuelven a decir los que no se enteran. “¿Qué te parece el nuevo Papa?”, siguen preguntando los que tampoco se enteran.

Ha decidido llamarse León XIV. Para evitar estar entre los que no se enteran, me voy a 1890, cuando León XIII publicó la Rerum novarum, que se considera el comienzo de la doctrina social de la Iglesia. Cuarenta años más tarde, la Quadragesimo anno; después, la Mater et magistra, la Pacem in terris… hasta la Laudato Si' y la Fratelli tutti del papa Francisco.
O sea que, como siempre, hay que estudiar para poder opinar, sobre todo, cuando las cosas son importantes. Se puede decir que “fútbol es fútbol”, como dijo Boskov, un entrenador del Madrid y después del Zaragoza, lleno de sentido común, autor también de una auténtica perla: “Es mejor perder un partido por 9 goles a 0 que seis por 1-0”.
Llega un papa norteamericano y moderno, y decide llamarse León XIV, como si quisiese hablar de las actuales cosas nuevas
Lo que pasa es que para decirlo con autoridad hace falta saber de fútbol. Y para saber de fútbol hay que echarle horas. Y reconocer que, a pesar de su importancia socio-político-económica, “fútbol no es más que fútbol” y la doctrina social de la Iglesia trata del hombre como hombre y eso es más importante.
La Rerum novarum hablaba de las cosas nuevas de 1890, centrándose en la bondad intrínseca del trabajo, en la dignidad humana del que trabaja y, como consecuencia, de los derechos humanos.
Año 1890. No había llegado la Primera Guerra Mundial ni la Segunda ni nuestra Guerra Civil ni todas las guerras actuales ni el absoluto desprecio de la vida humana que hoy vemos en las leyes del aborto y de la eutanasia. Año 2025. Llega un papa norteamericano y moderno. Y decide llamarse León XIV, como si quisiese hablar de las actuales cosas nuevas.
Veo su primer discurso a los periodistas. Dice que “solo los pueblos informados pueden tomar decisiones libres”, que estos son “tiempos difíciles de narrar” y hace un llamamiento a “no ceder nunca a la mediocridad”.
Cosas nuevas. Cosas de siempre que hay que recordar continuamente. En particular, el llamamiento a no ceder nunca a la mediocridad, que es una tentación constante, porque a todos nos gusta más la postura horizontal que la vertical.
He hecho un repaso de los papas que he conocido en mi vida: Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco, León XIV. Apasionantes todos, como serán apasionantes los que vengan después y a los que, lógicamente, no conoceré.
“Extra omnes!”. Eso dice el maestro de las celebraciones litúrgicas del sumo pontífice al empezar el cónclave. Fuera todos! Aquí se quedan solo los cardenales. Y el Espíritu Santo. Por eso aciertan siempre.