Con 76 años y más de 25 acompañando, como madre y voluntaria, familias con criaturas, adolescentes y jóvenes que sufren profundamente por no encajar en las expectativas de género asignadas al nacer, el artículo de Laura Freixas “Ideología contra ciencia” (Opinión 9/V/25) me ha golpeado. No porque me sorprenda el discurso, sino porque vuelve a situar a las personas como problema, en lugar de reconocer que el malestar estructural que vivimos está causado por el sistema del propio género: una red de normas sociales, culturales y simbólicas que condiciona quién podemos ser y cómo podemos vivir.

Este sistema afecta de manera transversal a una gran parte de la infancia y la juventud: no solo a las personas trans o no binarias, sino a toda la diversidad LGTBIQA+ y a muchas personas con condición autista u otras formas de neurodivergencia. Atraviesa también a aquellas criaturas que, a pesar de querer expresarse según los roles de género establecidos, lo hacen de una manera “demasiado femenina” o “demasiado masculina” según los ojos de los otros. Es decir, la opresión no solo recae sobre quien rechaza la norma, sino también sobre quien no la puede interpretar “correctamente” o no la representa de la manera socialmente esperada.
Este malestar no es ninguna invención ideológica. Es una realidad vivida. Y la ciencia más útil y ética no es la que observa desde fuera, sino la que escucha, comprende y ayuda a transformar estas condiciones de vida. El artículo de Freixas contrapone ciencia e ideología como si fueran polos opuestos. Pero toda mirada científica -incluso la más rigurosa- está influida por valores, por intereses, por contexto. La ciencia no es objetiva si desatiende la experiencia de miles de vidas heridas por el sistema de género.
La ciencia no es objetiva si desatiende la experiencia de miles de vidas heridas por el sistema de género
Es por eso que la ciencia que hoy aporta más valor es la que se centra en el bienestar de las personas, la que investiga por qué el suicidio entre adolescentes trans o no normativos tiene tasas tan altas, o por qué las personas con condición autista y otras neurodivergencias a menudo no pueden acceder a una vida digna si no son comprendidas en su expresión de género e identidad. Esta ciencia no es ideológica: es empática, responsable y comprometida con la vida.
Cuando artículos como el de Freixas cuestionan este avance, bajo la bandera de una falsa neutralidad, alimentan el mismo sistema que produce sufrimiento estructural. No se puede hablar de “libertad de debate” mientras se ahogan las vivencias e identidades de personas que han luchado toda la vida para ser reconocidas. No se puede hablar de “verdad” si no se quiere escuchar la complejidad de la diversidad humana.
Acompañar no es adoctrinar. Acompañar es ser. Es reconocer cuando una criatura sufre por no ser como “tendría que ser”. Es estar a su lado cuando el mundo le dice que no tiene lugar. Es ayudarla a entender que el problema no es ella, sino un sistema que castiga a quien se desvía del guion establecido. Y eso no lo he aprendido en libros ni en ningún aula: lo he aprendido amando, escuchando y sosteniendo.
Por todo eso, como madre, como mujer, como persona que ha vivido al lado de la diferencia, afirmo con rotundidad: el problema no son las identidades. El problema es el género como sistema impuesto. Y liberarnos de él no es ideología. Es supervivencia. Es vida.
Pepa Nolla Miró es presidenta de honor de AMPGYL, Asociación de Familias contra la Intolerancia X Género