Llegas a Barcelona por la C-32 y en el túnel de la Trinitat ves a mano derecha un muro pintarrajeado con grafitis. La ventaja de ir de copiloto mientras Marta conduce es que puedes ver muchas cosas. Yo leí esta frase entre las horrendas pintadas: “Cuanto más fácil, más aburrido”.
Pensé en lo que me había dicho horas antes una profesora de bachillerato de Mataró: “Los estudiantes están cada día más apáticos”. Ni siquiera aguantan toda una película; ella la pasa a trozos. Y cada vez más les cuesta leer. El día de Sant Jordi un alumno, cuando la profesora no estaba, gritó vivas a Franco. Al día siguiente le dijo al chico que le sorprendía que él, con buenas notas y educado, hiciera aquello. Él no supo qué responder; solamente que no lo volvería a hacer. “Es que estos chicos en casa lo tienen todo y al final no valoran nada”, dice.

Sucede hoy que va calando la inmadurez mental, la pobreza de la inteligencia humana, que confiamos a las máquinas y nos reservamos también para el uso de máquinas. Una inteligencia operativa. No está mal, pero confundimos un medio con un fin. Todo el engranaje educativo está hecho para que seamos eficaces, no felices. Una excusa es que, si no somos lo primero, lo serán otros y nos quedaremos atrás. Cultura es cultivo, y lo que se cultiva es para que madure. Pero la mente humana parece que madura poco.
Queremos que todo sea fácil, rápido y nos guste. Que la cultura sea toda de respuestas y divertida, no de preguntas y apasionante, descubriendo por nosotros mismos. La apatía de hoy hace que parezcamos más bien dormidos.
Un ejemplo: Joan de Sagarra mostró una inteligencia madura, entendió qué era la vida y supo explicárnoslo. Pero en su funeral no hubo ni una sola autoridad. Qué anomalía en Barcelona y su historia de cultura. Quizás nuestra sociedad y la política ya no están maduras para aceptar una inteligencia crítica.
Es el sueño de la cultura, aunque parezcamos despiertos, lo que me preocupa. Y no que ello suceda en la juventud, sino entre los adultos. Los jóvenes tienen la fuerza y la inquietud, y si no, son recuperables. “Juventud, divino tesoro”, escribió Rubén Darío (aunque lo aguó añadiendo “ya te vas para no volver”). Pero es hora de que podamos decir: “Madurez, divino tesoro”. El tesoro que cuesta hoy encontrar. Este sí que no se iría.
La credulidad y el fanatismo, por una falta de madurez mental, pueden corregirse en el joven. En el adulto cuesta mucho más. Volveré a buscar la frase del muro: “Cuanto más fácil, más aburrido”.