Oropel, autoparodia, decadencia

Un diario capitalino, estandarte de la denominada prensa seria, publicó el lunes un artículo sobre la última edición de Eurovisión, titulado “Seis expertos analizan el festival”. Como tengo dificultades para entender el éxito de esta competición –su cambio, la adoración de sus fans, su politización, los ríos de tinta que hace correr, etcétera– inicié la lectura de dicho artículo muy motivado. Pero, al acabarla, solo quedaba claro que según tales expertos la representante española actuó de modo impecable, que Austria ganó merecidamente, que España debe introducir cambios si aspira a volver a triunfar algún día en el festival (cosa que no ocurre desde 1969, hace 56 años) y que la presencia de Israel, tras causar 50.000 muertos en Gaza, levanta ampollas.

Vuelvo, pues, a mis dificultades de comprensión, empezando por la evolución del festival. Al principio tenía un componente experimental –emisión televisiva en directo y simultánea en distintos países–, a partir de una recatada competición internacional de canciones pop. Ahora es una autoparodia, donde conviven vocalistas a la antigua con los que creen participar en un combate de frikisque gana el más extravagante o quien gasta más en parafernalia escénica. Este año hubo de todo: vestuario brilli-brilli, escotes abisales, ­humo, llamas, derroche lumínico, cromático y videográfico, una sauna, pterodáctilos...

Miriana Conte from Malta performs the song

  

Martin Meissner / Ap

La revista Esquire se ha referido a Eurovisión como “the most glittering shitshow”. Podríamos traducirlo como “el despropósito más rutilante” (aunque otros preferirán una definición más apestosa). En cualquier caso, es obvio que la importancia que otorgan muchos países a un envoltorio escénico recargado, cacofónico, empalagoso, puede acabar opacando las canciones. Y, de paso, acercando el festival a un formato que el comentarista británico Terry Wogan, que lo siguió 35 años, describió con ácida precisión: “Se prevé que sea malo, y cuanto peor es, más divertido resulta”.

Sobre la adoración que profesan al festival sus fans nada diré, salvo que no la comparto, aunque su audiencia superara, solo en España, los seis millones de televidentes y el 50% del share. Pero sobre la politización del festival sí cabe decir cosas. Primera, que se niega en la primera línea de su código de conducta, al calificarlo de “evento no político”. Segunda, que siempre estuvo politizado: recuerdo el recuento de votos cuando lo amenizaba José Luis Uribarri con sus comentarios, reflejo de una geopolítica y una diplomacia rudimentarias, mudables según los votos respaldaran o no la canción de España, entonces un país aún en semiostracismo, al que todo relumbrón internacional le venía bien. Pasan los años, pero el chovinismo pervive. Otro diario serio, este gallego, tituló así el papel de la diva española: “Arrasó sobre el escenario de Basilea (…) aunque los votos no acompañaron y acabó en el puesto 24” (de 26).

El festival de Eurovisión nació en 1956 y merece ir pensando ya en el retiro

Dicho esto, la política la puso este año Israel, cuya mortífera invasión de Gaza ha transformado el título de víctima que ostentaba el pueblo judío desde el genocidio nazi en el de la comunidad que eligió un gobierno genocida. Quizás no fuera casual la selección como representante de Israel de una superviviente de la matanza de Hamas de octubre del 2023. Tampoco sorprendió la posición de TVE, que antes de retransmitir la gala difundió mensajes de apoyo al pueblo palestino. En un mundo donde las redes atraen a los fanáticos como los panales de miel a las moscas, toda plataforma con gran audiencia se utiliza para propagar ideas políticas. Es así, nos guste o no.

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Respecto a los ríos de tinta que genera Eurovisión, añadiremos que son en exceso caudalosos. Porque es poco lo que puede decirse de interés sobre un festival que abraza el oropel audiovisual y la autoparodia, y de hecho es una expresión decadente del europeísmo. Porque su razón de ser experimental está amortizada, y su valor como laboratorio de creación musical es más que discutible. Y porque el voto electrónico es manipulable y le resta fiabilidad.

Eurovisión nació en 1956 y merece ir pensando ya en el retiro. Pero es de temer que tenga larga vida por delante.

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