La escena del presidente de EE.UU. mostrando a su homólogo sudafricano pruebas de un genocidio de blancos en Sudáfrica con fotografías de Congo deja definitivamente claro, por si alguien lo dudaba todavía, que lo de Trump va en serio. Que no se trata de una burda intención de engañar, sino de un módulo más del máster sobre el uso de la falsedad como arma política destinado a quienes quieran seguir sus pasos. Un curso eminentemente práctico, repleto de ejemplos sonrojantes y tan básico que no requiere estudios previos aunque sí requisitos de admisión: grandes dotes de interpretación y capacidad para aparcar cualquier escrúpulo moral.

Con cada actuación, Trump demuestra los resultados que se pueden obtener de la mentira en una época en que la credulidad acrítica es la norma. Con cada aparente extravagancia, sus alumnos observan cómo la dinámica de la descontextualización llega a miles de jóvenes que dan por ciertas esas nuevas realidades paralelas, porque, por un lado, viven ajenos a un pasado que no conocieron y, por otro, no tienen la costumbre de informarse a través de medios solventes.
La última burrada de Trump es la siniestra acción de alguien que sabe cambiar la historia
Aun así, a nivel popular, seguimos llamándole tonto (hasta Biden lo llamó bobo el año pasado en un debate oficial). También le llamamos loco. Pero importa recordar que su locura no es la del enfermo, no merece la consideración ni la comprensión del psicótico: Trump no delira. Su perfil es el de un sociópata que, prescindiendo de todo miramiento, usa la capacidad de razonar para conseguir lo que resulta útil para sus objetivos y para desechar el resto. Las lecciones se suceden y sus imitadores crecen.
Así que tal vez deberíamos dejar de actuar como lo hizo gran parte de la población alemana con Hitler. También él, como Trump, fue objeto de infinitas caricaturas, burlas e insultos antes de que su voluntad de hacer el mal fuera enteramente comprendida.
Esta última burrada frente al presidente de un país del calibre de Sudáfrica no es una enajenación, es la siniestra acción de alguien que sabe cómo cambiar el rumbo de la historia, de alguien que sabe, como sabía Goebbels, que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Pero el verbo repetir quedó antiguo. ¿En qué se convertirán estas mentiras, ahora que en lugar de repetirse se viralizan?