No crees un negocio, crea una marca. La frase es de John Hegarty, una de las mentes más brillantes creándolas. La Iglesia católica es, sin duda, la mayor de la historia. Toni Segarra, un genio, lo pontificó en un libro. La elección del Papa ha vuelto a demostrar cuán central sigue siendo, en el mundo occidental, esta organización, que ha basado todo su éxito pretérito en la convicción de lo importante que es la consistencia de todos y cada uno de sus elementos, usando su comunicación para ser relevante. Deconstruyámosla para demostrar su perfecta, metódica y milenaria elaboración.

Una marca es un porqué, una misión, una razón por la que existe: dar significado a la vida del ser humano es la mayor forma de ser trascendente, justamente, para el mismísimo individuo (lean consumidor), toda una propuesta de valor. Una marca es un relato, los americanos le llaman storytelling, es decir, una historia, nadie ha escrito una mejor que la Biblia. Sea realidad o ficción, es un gran guion para fundamentar la credibilidad de los pilares del proyecto.
Una marca es un punto de venta, majestuosas son las iglesias, impresionantes espacios que proyectan todo el significante de la institución, centros de veneración por su valor simbólico que dimensionan la importancia de su propiedad.
Una marca es un relato, es decir, una historia, nadie ha escrito una mejor que la Biblia
Hoy una marca es una experiencia, el catolicismo lo anticipó desde su constitución, la celebración de la misa, con su fuerte contenido místico, crea un momento único para los feligreses (los clientes) de carácter experiencial. Una marca es un tono y una personalidad, siempre la santa madre Iglesia ha tenido ese punto doctrinal y moral frente a todos aquellos con los que se relaciona, lo hace en el nombre del Padre, generando un modelo estructural de superioridad, construido desde el monólogo, quizás el único punto débil en la era de las redes sociales. Su logo, algo tan simple como la cruz, está dotado de todo el simbolismo.
Una marca es coherencia, ninguna la ha aplicado con mayor rotundidad que el cristianismo. Su credo ha sido no cambiar nada desde su creación, convicciones que son fundamentos totémicos. El formato de la elección papal, donde la ejecución es la idea (cien personas decidiendo desconectadas de todo y de todos), ha paralizado el mundo, consiguiendo que su líder tenga un papel hegemónico e indiscutible, sine die.
Si las empresas sacaran algunas conclusiones, sus marcas resonarían más y mejor. Eso sí, sus legados serían solo materiales y experienciales como máximo, no existenciales.