El pasado es un prólogo

El salto generacional entre mi abuelo, nacido a inicios del siglo pasado, y mis hijos, en el umbral del actual, es el más abismal que se ha producido, entre cuatro generaciones, en toda la historia de la humanidad. Su máxima responsable: la aceleración tecnológica. En un cuarto de siglo se ha transformado por completo la vida del ser humano, mutando costumbres, transformando el entretenimiento, deslocalizando el trabajo (covid mediante), digitalizando el consumo o redefiniendo la comunicación.

UNA JOVEN TRABAJA CON UN PORTATIL Y CASCOS  EN UNA TERRAZA DE LA PLAÇA REIAL

   

Mané Espinosa

Antes llamábamos a las casas, de las que memorizábamos sus números, ahora a personas, cuyos datos se encuentran en una nube. De centrar toda la atención en un electrodoméstico llamado televisión, el centro del hogar, a acumular una media de tres pantallas por ser humano, que nos absorben a través de innumerables plataformas de contenido que se acumula sin caducidad.

El reto es traspasar a las nuevas generaciones un legado sobre la idea de la humanidad o el sentido de habitar el mundo como sociedad

Nuevos paradigmas que generan sus más y sus menos. Más conexión, menos conversación. Más pantallas, menos miradas. Más información, menos reflexión. Más inmediatez, menos paciencia. Más accesibilidad, menos privacidad. Más conocimiento, menos sabiduría. Más memoria digital, menos recuerdos propios. Más libertad, menos desconexión. Más algoritmos, menos serendipia. Más contenido, menos significado. Más consumo, menos sostenibilidad. Más opciones, menos satisfacción. ¿Podríamos positivizar todos los más y minimizar lo negativo de los menos? Al menos deberíamos intentarlo.

El contexto moldea nuestros hábitos y nuestra forma de relacionarnos; dicen que Baltasar Gracián acuñó la frase: “El hombre es más hijo de su tiempo que de sus padres”. Quizás la mayor responsabilidad de nuestra generación, que al mismo tiempo supone un reto, es traspasar a estas generaciones un legado sobre la idea de la humanidad o el sentido de habitar el mundo como sociedad, pero siendo conscientes de que en pocos años ha cambiado como nunca. Al mismo tiempo podemos estar en shock por la potencial disrupción incremental que generará la inteligencia artificial, en menos tiempo que ha tardado la digitalización, cuando tan solo acaba de ­llegar.

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William Shakespeare, en su obra La tempestad, dejó escrita esa sentencia tan actual que he aprovechado para el título de este artículo. Seamos conscientes de que todo cambiará más y a mayor iteración, pero que la humanidad se cimentó
en ese prólogo en que la tecnología tuvo menos incidencia. Mantengamos los pilares y edifiquemos un mejor futuro del mundo.

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