La presencia e influencia de las fuerzas de ultraderecha europeas no deja de crecer desde hace tiempo, desatando las alarmas sobre una eventual involución democrática en el continente. En 20 de los 27 países de la Unión Europea la extrema derecha es uno de los tres partidos con más representación parlamentaria, y en siete estados forma parte del gobierno, sea ocupando la jefatura o con ministros como socios de coalición. Eran ocho países hasta ayer, cuando en los Países Bajos el líder ultraderechista e islamófobo Geert Wilders anunció que su partido abandonaba la coalición gubernamental, en la que tenía mayoría, haciendo caer así el Ejecutivo neerlandés.
Pocas horas antes, en Polonia, el candidato trumpista Karol Nawrocki, avalado por el ultraconservador y populista partido Ley y Justicia (PiS), ganaba muy ajustadamente la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, imponiéndose al alcalde de Varsovia, Rafal Trzaskowski, del mismo partido liberal que el primer ministro Donald Tusk.
Ambos hechos, aparentemente sin conexión entre sí, tienen en común la cada vez mayor capacidad de provocar crisis políticas que desde hace un tiempo detentan los partidos extremistas en muchos países de la Unión Europea. Y las consecuencias afectan a la estabilidad política de esos países, del continente y al cumplimiento de los compromisos democráticos que se derivan de la pertenencia a la UE, al tiempo que generan grave preocupación en Bruselas para hacer posible una buena convivencia y cooperación con todos los estados miembros.
En los Países Bajos, la crisis ha venido porque el líder de extrema derecha, Wilders, había exigido, sin éxito, endurecer las políticas de asilo y de inmigración. Al no lograrlo, se ha retirado de la coalición gubernamental, en la que tenía mayoría y gobernaba con otros tres partidos de derechas. Cuando más poder tenía, Wilders ha provocado la caída del Gobierno, y la duda ahora es si habrá sido un golpe maestro que le permitirá encabezar el Ejecutivo próximamente o ha sido una imprudencia que reconfigurará el tablero político del país. Con un Gobierno roto que apenas ha durado un año, se abre el camino para unas elecciones adelantadas.
El ultra Geert Wilders abandona la coalición y hace caer el Gobierno de los Países Bajos
El primer ministro, Dick Schoof –un funcionario independiente propuesto por Wilders– anunció su dimisión y seguirá en funciones hasta la celebración de comicios. Esta crisis política no podía llegar en peor momento porque obligará a demorar la decisión sobre el aumento del gasto del país en defensa para llegar al objetivo del 5% propuesto por la OTAN. De hecho, el Gobierno estará en funciones –excepto los ministros del partido de Wilders, que lo han abandonado– cuando, a finales de este mes, reciba a los líderes de la Alianza Atlántica para su cumbre anual que se celebrará en La Haya.
En Polonia, el primer ministro liberal Donald Tusk ha anunciado que se someterá a una moción de confianza el día 11 después de que el ultraconservador Nawrocki haya ganado los comicios presidenciales. Su triunfo es un duro golpe para Tusk y para la UE. Para Tusk, porque el nuevo presidente, al igual que ha venido haciendo el jefe del Estado saliente, Andreij Duda, seguirá dejando las manos atadas al Gobierno, vetando las reformas que el premier consiga aprobar en el Parlamento sobre temas sociales, medios de comunicación o para restaurar la independencia judicial. Y para la UE, porque el choque permanente vivido estos años con Polonia puede prolongarse a pesar de tener el país un premier que llegó a ser presidente del Consejo Europeo.
Polonia, que este semestre ha asumido la presidencia rotatoria del Consejo de la UE, ve como no logra superar la etapa de inestabilidad y tensa cohabitación política. Tusk esperaba dejarla atrás y poder pasar página, pero el país sigue donde estaba, y eso equivale a un retroceso para los partidos democráticos y para la UE.
La profunda inestabilidad que sufre Europa tiene en Polonia y en los Países Bajos sus dos últimos escenarios. El crecimiento imparable de la ultraderecha, con la ira contra la inmigración y el coste de la vida como banderas, amenaza con erosionar la unidad de Europa para afrontar la relación con Rusia y con el presidente Trump. Estas fuerzas extremistas son las mismas que finalmente hace pocos días se han convertido en el primer partido de la oposición en Portugal, que ya ocupan esa posición en Alemania desde las últimas elecciones anticipadas y que en Francia son el partido hegemónico del espacio conservador.
La extrema derecha retiene la presidencia de Polonia y seguirá frenando las reformas de Tusk
El Viejo Continente vive un pulso crucial entre el europeísmo y el soberanismo nacionalpopulista.