Polonia, entre dos Europas

Karol Nawrocki, exboxeador, historiador de formación, exdirector del Museo de la Segunda Guerra Mundial de Gdansk y del Instituto de la Memoria Nacional, se ha convertido, a sus 42 años, en presidente de Polonia. Ganó la segunda vuelta electoral por el margen más estrecho hasta la fecha. Y lo hizo pese (o quizá gracias) a un aluvión de escándalos: peleas ilegales, presunto proxenetismo y diversos fraudes. Su victoria no se explica solo por el desgaste del gobierno de coalición europeísta que lidera Donald Tusk ni por la movilización del voto ultraderechista tras la primera vuelta.

Polish presidential candidate Karol Nawrocki, backed by the main opposition Law and Justice (PiS) party, reacts to the exit polls of the second round of the presidential election, in Warsaw, Poland, June 1, 2025. REUTERS/Aleksandra Szmigiel

  

Aleksandra Szmigiel / Reuters

Nawrocki fue impulsado por el partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS), que tras perder el poder ejecutivo en el 2023 encontró en él un rostro desde el que proyectar su influencia. Sucede a Andrzej Duda, también del entorno de PiS, cuyo segundo mandato concluye con una Polonia más polarizada. Nawrocki encarna esta fase del populismo europeo: más que programa, tiene un relato. Y se articula según tres ejes: victimismo patriótico, rechazo a Bruselas y conexión emocional con el trumpismo global. “No queremos ser una provincia europea”, repitió durante la campaña, y ganó.

“No queremos ser una provincia europea”, repitió Nawrocki en la campaña, y ganó

Con su llegada al palacio presidencial, la política polaca entra en un nuevo ciclo obstruccionista. Tusk ­–al frente de una mayoría frágil– ve ahora las reformas prometidas en punto muerto. Nawrocki bloqueará el Pacto Verde europeo, vetará avances en derechos sexuales y reproductivos y se opondrá al ingreso de Ucrania en la OTAN y la UE. Más aún: puede forzar un adelanto electoral si se niega a firmar los próximos presupuestos. Su figura articula un malestar difuso: fatiga ante las élites, nostalgia por una nación homogénea, rechazo a las contradicciones del pluralismo. Es el reverso del derrotado Trzaskowski, caricaturizado como el “señor Bonjour” por haber estudiado fuera y hablar idiomas.

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Recuerdo como estudiante la Varsovia del 2004, cuando Polonia ingresaba en la UE. La ciudad renacía con expectativa y cautela. Dos décadas después, el país está escindido entre una Europa con respeto a la división de poderes, la diversidad y la memoria compartida, y otra que se articula desde la épica nacional. El mandato de Nawrocki aún no ha comenzado, pero su mensaje ya es sabido: patriotismo y nostalgia como panacea para todo.

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