Si no ha leído Mi madre era de Mauriúpol, de Natascha Wodin, le recomiendo que no se lo pierda. En esta obra, la autora busca el pasado de su madre, que se suicidó cuando ella era niña, y, a la vez, el de toda su familia para entender así sus orígenes. El rastreo le permite ir encontrando pistas de gran parte de sus parientes, desperdigados a causa de la revolución rusa y más tarde de la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los personajes que mejor reflejan las penalidades de quienes vivían en países que formaban parte de la URSS es su tía Lidia (Mariúpol, 1911). De niña, se enfrenta a la pérdida de todo cuanto la familia tiene, a enfermedades gravísimas y a una hambruna de tal calibre que en la ciudad no quedaron perros, ni gatos. De joven, es detenida, acusada de conspirar contra el pueblo y enviada a un campo de trabajo a 1.500 kilómetros al norte de Moscú, donde tiene que lidiar con el frío, el hambre, las enfermedades, tareas durísimas y una naturaleza peligrosa e inclemente. No terminan aquí las calamidades que le suceden y, sin embargo, ella sigue adelante.
Lidia es una persona resistente a la frustración. Esa resistencia puede deberse en parte a la personalidad, pero también y en mayor medida a la educación. Aprender estrategias para saber demorar la gratificación, para tolerar las situaciones adversas sin desmoronarse emocionalmente, para ser tolerante ante la incertidumbre y para cambiar de enfoque cuando algo no va como queremos son esenciales para disfrutar de una tolerancia alta a la frustración.
En nuestra sociedad todas estas estrategias están en alguna medida en desuso. Fíjese en la publicidad. “Lo quiero, lo tengo”, que apela a la inmediatez de la satisfacción del deseo. Y este otro eslogan: “¡A que no puedes comer solo una!”, que incentiva comportamientos impulsivos y quiere cortocircuitar el ejercicio del autocontrol emocional. Y todavía este: “¿Tienes dudas? ¡Llama ahora y obtén respuestas al instante!”, que pretende conjurar la incertidumbre y que, inopinadamente, es utilizado por servicios de tarot y videncia.
Para apechugar con los sinsabores, mejor haber sido entrenado desde la infancia
Los sinsabores, así como las satisfacciones, forman parte de la vida. Para afrontar las satisfacciones no se requiere mucha preparación. ¡A nadie le amarga un dulce! Sin embargo, para apechugar con los sinsabores, mejor haber sido entrenado desde la infancia.
La actual crianza positiva, que recurre al acompañamiento emocional y a la comprensión de las necesidades de la criatura, puede ser una buena herramienta para enseñar a gestionar la frustración. En lugar de gritar o castigar, se la ayuda a poner nombre a lo que siente, se la contiene y se la acompaña hasta que lo pueda procesar.
El problema empieza cuando se malinterpreta o se aplica erróneamente este tipo de educación y se confunde respetar a la criatura con evitarle cualquier malestar. Entonces, el mensaje que recibe es: el mundo debe adaptarse a mí. Por ejemplo, no tomar en brazos a un bebé que llora, teniendo sus necesidades cubiertas y sin ninguna enfermedad, ¿debe considerarse maltrato o, por el contrario, un aprendizaje para hacer frente a las situaciones ingratas?
Desde luego, los datos que aporta el profesorado tienden a hacernos pensar que no estamos dando a los menores las herramientas correctas, al menos no siempre. Algunos casos contados por docentes diversos: en la guardería, una niña se presenta un día en pijama porque hoy no ha querido vestirse. En primaria, incluso en sexto, con diez años, el niño no quiere ni puede ir a una salida de tres días con el colegio porque no se atreve a dormir solo en su cama. En secundaria, el padre recrimina al tutor la nota baja que ha puesto a su hija y le conmina a cambiarla. En la universidad, el alumno se presenta a la entrevista acompañado de su madre, que, por supuesto, es invitada por la profesora a dejar la sala.
Usted pensará que estas situaciones no deben de ser frecuentes. Y, desde luego, no se corresponden con el 100% del alumnado, ni siquiera con el 50%, pero algo raro ocurre cuando todos los profesores y profesoras tienen unas cuantas anécdotas de este estilo.
Una crianza permisiva o sobreprotectora, aunque se disfrace de respetuosa, puede dificultar el desarrollo y generar individuos con una tolerancia muy baja a la frustración.
