Por fin. Después de años de rendición incondicional al smartphone como apéndice del adolescente, casi un órgano más, el Departament d’Educació ha tomado una decisión valiente: prohibir el uso de móviles en todos los centros educativos de Catalunya, desde primaria hasta la ESO. Ni en clase, ni en el patio, ni en el lavabo. Ni escondidos bajo el pupitre, ni utilizados como linterna emocional en los recreos. A partir de septiembre, el móvil desaparece de los institutos. Y más allá de las inevitables protestas y alegaciones sobre “derechos digitales”, esta medida merece un aplauso unánime.
En un mundo adicto a las notificaciones, este paso tiene un doble valor: pedagógico y simbólico. Pedagógico porque devuelve el protagonismo a la palabra, la concentración, la conversación sin filtros. Simbólico, porque por fin asume institucionalmente lo que ya intuían muchas familias, docentes y psicólogos: que la sobreexposición digital está erosionando los vínculos, la salud mental y la capacidad de atención de los hijos.
No se trata de demonizar la tecnología, sino de ponerla en su lugar
El giro no es menor. Venimos de años en los que se nos dijo que todo debía digitalizarse. Que el futuro era una tableta por alumno, que los dispositivos eran la solución... Pero la tecnología en la escuela ha sido un caballo de Troya. Y mientras los adultos debatíamos, los chavales se perdían en el TikTok.
Lo que propone ahora la conselleria no es una cruzada, es una desescalada racional. No se trata de demonizar la tecnología, sino de ponerla en su lugar. No todo ha de pasar por una pantalla. Ni aprender, ni relacionarse, ni crecer. El móvil no es un derecho, es una herramienta. Y, como todas, hay que enseñar a usarla… y también cuándo no hacerlo.
Las asociaciones de familias, muchas de ellas hartas de tener que ejercer de policía digital en casa, han vitoreado la decisión. Y eso también es noticia, porque durante demasiado tiempo la autoridad educativa se desentendió delegando en los centros o mirando hacia otro lado.
Este modelo pondrá el foco donde debe estar: en el bienestar del alumno, no en la última moda tecnológica. Habrá resistencia, pero la dirección es la correcta. No se trata de volver al pasado, sino de rescatar algo que habíamos olvidado: que la escuela es, o debería ser, un lugar donde uno se mira a los ojos. Y no a una pantalla.
