Lo lógico hoy sería hablar del calor que hace. Pero no lo hago porque no sirve para nada, porque cuanto más hable de eso más me agobio y porque seguro que hay otros temas. No puede ser que todo lo reduzcamos a charlas de ascensor.

Tengo un amigo, abogado ilustre, que se encontró con un chaval en el ascensor. Mi amigo, presidente honorario de la compañía con cientos de abogados en las distintas plantas por las que iba pasando el ascensor, le preguntó amablemente en qué departamento estaba, desde cuándo, si estaba contento… charla de ascensor.
El chaval llegó a su piso. Mi amigo continuaba. Se despidió diciendo su nombre. En aquel momento, el abogado joven, con cara de sorpresa, le dijo: “¡¿Usted existe?! ¡Yo pensaba que era una marca!”.
Mi amigo estaba feliz. Salvando las muchas distancias, a mí me pasa algo parecido. Yo también soy una marca, que, por alguna razón que desconozco, es algo más importante que ser un simple señor.
No puede ser que todo lo reduzcamos a charlas de ascensor
Me pasa bastante. Que un tema me lleva a otro. Esta vez ha sido una frase, que me ha trasladado a la reunión anual de la junta de accionistas de una empresa familiar. El presidente, reunido en un hotel con los accionistas -su mujer, sus hijos, yernos, cuñados y demás familia, con los que se lleva muy bien y que se reparten sustanciosos dividendos- repasa con ellos, cuenta por cuenta, el balance de la sociedad. Al final, siempre repite: “Y esto es el capital, que, por alguna razón que desconozco, suele aparecer en el pasivo”.
Acabamos de estrenar el verano. Pero aunque la temperatura estaba desmadrada, todavía era primavera y a mí la primavera me gusta mucho. Es verdad que, por el cambio climático o porque este año viene así, ha hecho mucho calor.
Y la primavera, calenturienta o normal, me lleva al festival de San Remo de 1956 y a Franca Raimondi, que lo ganó con la canción Aprite la finestre. A otro amigo le gustó y a su familia y a sus amigos les dijo que le gustaría que la cantaran en el momento de su muerte, porque le parecía que le hablaba de abrirse a la esperanza gozosa de la vida eterna. Conozco por lo menos a un hombretón que se la cantó desde lejos, sorbiéndose las lágrimas, cuando se enteró de su fallecimiento.
En la canción, Franca decía que como es primavera, “abran las ventanas a nuevos sueños”.
Y hasta aquí llego, en mi esfuerzo -¡con el calor que hace!- por no quejarme, por no unirme a la constante repetición de lo mal que están las cosas, de entender que el capital es la diferencia entre lo que se tiene y lo que se debe; para tener criterio, sabiendo que, objetivamente, hay cosas buenas y cosas malas. Porque, perdonadme la farfollada, por algo soy una marca.