Intentando poner un cierto orden en la biblioteca, me encuentro con un librico de pocas páginas: Cuando la vida se alarga. Lo escribió D. José Orlandis, un sacerdote ya fallecido, al que le tengo mucho cariño porque atendió a mi padre en sus últimos momentos.
Mi vida se está alargando y me va bien dar un repaso a este libro, porque hay dos fenómenos simultáneos: que yo voy haciéndome lo que antes se llamaba muy mayor y que el entorno, lo que me rodea, se complica de día en día, de minuto en minuto, de segundo en segundo.
Hay un tercer fenómeno, que los avances en la medicina hacen que los viejos no nos muramos y aguantemos en este mundo, exigiendo, por supuesto, cuidados, atenciones, viajes, bailes y demás.

O sea, ser viejo hoy no es lo mismo que ser viejo cuando Santiago Ramón y Cajal publicó El mundo visto a los 80 años, con una foto en la portada de un anciano que resulta que es él, cuando tenia 11 años menos que los que tengo yo ahora y a mí me parece que es un viejo decrépito.
“Sabemos demasiado”, me decía un amigo hace años. Seguramente, la frase correcta era “hemos visto muchas cosas” y eso nos sirve para tener opinión sobre esas cosas que van sucediendo y que ya las habíamos visto.
Tener opinión no exige hacerla pública si no es necesario, para no ser el abuelo que esteriliza todas las ilusiones de los más jóvenes.
Los cambios de esta última época están siendo brutales. Empezando por las guerras y los millones invertidos en material de matar y la contratación de personas cuyo éxito profesional es conseguir armas que maten mejor.
Si empezamos por las guerras empalmamos con el odio, que es a la vez causa y efecto de la matanza. Odio que no se acaba nunca, sobre todo si hay personas dedicadas a mantenerlo, consiguiendo así que se extienda de generación en generación.
Los de mi edad hemos visto nueve papas, desde Pío XI hasta el actual.
Yendo a terrenos más amables, tropiezo con los cambios de personas en puestos de responsabilidad.
Los de mi edad hemos visto nueve papas, desde Pío XI hasta el actual.
Nos habíamos acostumbrado a Francisco y ahora nos llega León XIV, diferente en el estilo. Pero como es el Papa, me parece fenomenal. Como el anterior y el siguiente y el siguiente. Para algo soy católico.
Hemos visto cambios en las estructuras de dirección de las empresas. Recuerdo los esfuerzos de algunas empresas por diversificar y sus fracasos por haber elegido mal la localización, el sector, las personas. Me rio recordando el poco éxito del restaurante de lujo montado por una empresa siderúrgica, y el comentario de un directivo: “Hacemos el steak tartare como hacemos las calderas y no sé por qué, nos sale mal”.
En este punto, veo que Luca De Meo deja el sector del automóvil para pasar al de la moda. Ahora va a Kering, a lidiar con Guzzi, Saint Laurent, Bottega Veneta…
Hace años discutíamos si el arte de dirigir era universal. A mí me parece que conocerse el negocio es fundamental.
Por supuesto, tendré una gran alegría si De Meo repite con Kering sus éxitos automovilísticos espectacular y si fracasa, nunca presumiré: “Ya lo decía yo”.
Cuando repaso las noticias buscando casos similares, me encuentro con una noticia con personalidad, pero que la había vivido ya.
El inefable Sánchez y sus no menos inefables compañeros han decidido ayudar a los medios de comunicación a portarse bien. Parece que esto fue uno de los productos de los cinco días de reflexión de Pedro y, como es natural, fruto de la regeneración democrática que están llevando a cabo todos los que pusieron la mano en el fuego por los que iban en el Peugeot en el ‘Comando Papeletas’, excepto Pedro, que no se enteró de nada porque era el que conducía.
Óscar López se va a responsabilizar de “la mejora de la gobernanza democrática”, inspeccionando la labor de los medios privados de comunicación.
Franco llamaba a esto “censura”.
Cuando la vida se alarga, sucede eso.
Que sabemos demasiado.