Quisiera usar las palabras más templadas para referirme a un tema capital: el históricamente denominado problema catalán, que es el problema de la estructura territorial del Estado. Me siento obligado porque hay quien distorsiona mi postura, bien tachándola de mutable o bien de favorable a la imposición violenta de un Estado unitario. Es falso. Desde el 2005 hay innumerables testimonios escritos de que mi tesis ha sido esta: 1) Desarrollo del Estado autonómico hasta convertirlo en un Estado federal pleno.
2) Admisión del derecho de autodeterminación para todas las comunidades que no se avengan a integrarse en este Estado federal, y reivindiquen un régimen singular distinto de los constitucionalmente ya admitidos. Y, a día de hoy, me mantengo en mis trece. Veamos por qué.

El pasado día 2, el Palau de la Música gritó al unísono “¡independència!” en un acto organizado por Òmnium Cultural, en el que estaban presentes el president Illa, varios expresidents de la Generalitat y el actual presidente del Parlament. Era la entrega del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, que recayó en Pere Lluís i Font, quien aprovechó su parlamento para rechazar el bilingüismo, ya que “no hay pueblos bilingües”.
Esta contumacia evoca una página histórica, que tiene un alto valor ejemplar. Durante la Segunda República se planteó el problema catalán. Se intentó entonces solucionarlo mediante la aprobación de un Estatut d’Autonomia. Su debate en las Cortes republicanas provocó dos intervenciones contrapuestas. Para Azaña, el problema catalán es un problema político, que tiene una solución política, mientras que para Ortega es un problema irresoluble, que solo se puede “conllevar”. Pero seis años después, en 1938, Azaña escribió que la cuestión catalana perdurará “como un manantial de perturbaciones (…) y es la manifestación aguda, más dolorosa, de una enfermedad crónica del pueblo español”.
Me reafirmo en la alternativa: o Estado federal (nunca confederal) o autodeterminación
Casi un siglo después, pienso que Ortega y el último Azaña llevaban razón. Desde que, al inicio de los noventa, comencé a escribir sobre este tema, siempre defendí una salida federal para Catalunya (su reconocimiento como nación histórica y cultural, competencias exclusivas en lengua, enseñanza y cultura, un tope a la aportación al fondo de solidaridad más una agencia tributaria compartida, y un referéndum para aceptar o rechazar esta propuesta).
Pero el 17 de octubre del 2005, tras la aprobación por el Parlament del Estatut, publiqué en El Periódico un artículo titulado “Fin de trayecto personal”, en el que dije que el Estatut “había sido elaborado con la misma mentalidad con la que se facilita la información meteorológica en TV3: de espaldas a España” y que estaba redactado “sin ninguna voluntad regeneradora de España ni modernizadora de su Estado, y con la sola voluntad de articular un sistema catalán todo lo independiente que la realidad permite, sin plantear frontalmente la demanda de independencia formal”.
En consecuencia, pasé a defender esta alternativa: o un Estado federal (nunca confederal) o autodeterminación. Y así, mi libro España desde una esquina (2008) lleva como subtítulo “Federalismo o autodeterminación”.
Me reafirmo en esta alternativa, pese a su universal rechazo, habida cuenta de que está en marcha un nuevo procés, ya cuajado, en busca, no de una independencia formal, sino de una independencia material (que España no esté presente en Catalunya). Un procés apoyado solapadamente por “la tercera Catalunya”, es decir, por buena parte de las grandes instituciones sociales, medios de comunicación, organizaciones empresariales y ciudadanos.
Nadie sabe el resultado de un referéndum, pero, si en Gran Bretaña venció el Brexit, Catalunya podría optar por la independencia. Previéndolo, Azaña dijo en Barcelona, el año 1930, que, si Catalunya resolviera “remar sola en su navío, sería justo el permitirlo (…) y desearos buena suerte hasta que cicatrizada la herida pudiésemos establecer al menos relaciones de buena vecindad”. Yo diría lo mismo concretándolo así: “Bon vent i bona mar”.