Para evadir urgentemente la realidad, pienso que lo mejor será escribir sobre música. No sospecho el lío en el que me voy a meter. Y me tiro de cabeza a escuchar el Concierto para piano n.º 1 de Brahms, esa explosión sensorial que mi cuerpo ya se sabe de memoria. Puede que esté algo obsesionada con esta obra de profundidades marinas. La interpretación de Bruno Leonardo Gelber es pasional y delicada como el lametazo de un jaguar. Oigo esta versión porque durante la lectura de Opus Gelber, de Leila Guerriero, me pareció estar cenando con ella y el pianista argentino, en cada una de sus entrevistas, tocada por la pluma incisiva y misteriosa de la escritora.

El caso es que le cuento a un amigo que esta noche voy a escribir sobre música y tal. Y al mencionar la nota musical de la tonalidad de la obra, como siempre, me aparece su color. Es algo natural, mecánico, que nunca comento. Pero esta vez se me escapa que al ser Brahms de color dorado, su música también lo es, aunque, si tomas conciencia de que este concierto es en re menor, la cosa entonces se tiñe de azul añil. Mi amigo me escucha con cara de póquer y yo me siento un poco sola en esto. ¿Tú no ves colores en las notas musicales o en las vocales?, pregunto. Noto que cree que hablo en plan poético. Le aclaro que me refiero a unos colores que aparecen en la mente, sin más. En mi caso, en las notas y las letras, pero también en los días de la semana. Y en las personas. Él, por ejemplo, es completamente verde pálido.
Los martes son amarillos, la letra ‘a’ es blanca, la nota do es roja, igual que mi madre
Le explico que no es que le vea la cara verde. Es el color que evoca su persona en mi pensamiento, no sé por qué. Es una cosa colorista que hace mi mente a su aire. Los martes son amarillos, la letra a es blanca, como los domingos, la nota do es roja, igual que mi madre. Como mi amigo cree que me lo invento, indago en Google y redescubro, claro, la sinestesia cromática: una característica neurológica particular, que podría deberse a conexiones inusuales de diversas partes del cerebro.
En realidad, es algo que había leído hace tiempo, en Musicofilia, de Oliver Sacks. Quizás debería preguntarle a alguna psicóloga por qué tenía este tema, tan íntimo, medio olvidado. Si los colores mentales me acompañan siempre. Sinestésicos del mundo, busquémonos en las calles y fundemos un club. Hay mucho que hablar.