Manías de verano

Empieza el verano y en un tris (bueno en tres meses exactamente) se acabará. Mientras tanto vuelven a tu vida una serie de preocupaciones menores que, a menudo, el calor y sobre todo el acaloramiento pueden convertir en mayores. Uno de mis problemas en esta época es encontrar bares o restaurantes en los que cuando pides una caña de cerveza te sirvan un vaso pequeño y no una jarra enorme. No hay manera. ¿Alguien me puede explicar cuál es el problema?

No quiero una jarra, quiero una caña. No quiero bañarme en cerveza, solo beber unos cuantos sorbos bien fría y si no tengo suficiente con un vasito ya pediré otro. La jarra me viene grande y la cerveza que no te bebes de golpe se calienta y ya no cumple su cometido. De nada sirve ofrecerte al martirio de pagar por la medida mayor pero que, por favor, te sirvan la mitad. ¿Por qué te obligan a adaptarte a la oferta, que parece diseñada sin tener muy en cuenta la demanda? Solo consigo ser comprendida en los bares de toda la vida, pero de esos cada vez hay menos.

Vaso de cerveza, a 1 de abril de 2025, en Madrid (España). Las ventas de cerveza en España han caído un 0,2% en 2024, mientras que la producción se recortó en un 0,4%, debido a la caída del consumo de los españoles en la hostelería, pero que se ha estabilizado por el año récord de turistas en el país. Gracias al turismo se ha evitado una caída del consumo, con un aumento del 14,3% en el consumo de los turistas extranjeros, que ha compensado la reducción del 3,7% en el consumo de los españoles.

 

Eduardo Parra / Europa Press

Tampoco tengo suerte en las panaderías, si es que pueden llamarse así esos establecimientos en los que venden panes de todos los gustos, a precios de pasteles, pero ha desaparecido hasta la baguette y no busques un pa de pagès. No quiero un pan cubierto de pipas, ni una chapata, quiero una barra normal y corriente y a poder ser que no se convierta en goma pasados unos minutos.

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Otra oferta a la que también te tienes que adaptar, por falta de alternativa, es a esa moda en locales de pedicura y manicura en los que te acabas peleando para que no te coloquen un esmalte permanente o te ofrezcan unas prótesis como puñales llenas de brilli-brilli. Que no quiero alicatarme las uñas, ni voy a trabajar de vedette, solo quiero un servicio básico y pulido y una profesional que dedique un poco de tiempo a las cutículas y te lime con mimo, no como si tus dedos fueran de madera.

Por no hablar de las citas previas, ahora complementadas con mensajes recordatorios. Normal, pides hora en la peluquería con tantos días de antelación, que es lógico que te lo recuerden el día antes, aunque cómo lo vas a olvidar si el espejo te ha ido mostrando durante la espera que tus raíces canosas ya han colonizado el resto de la cabellera.

En fin, que el mundo se ha vuelto hostil o a mí me lo parece. O puede que el asunto sea aún mucho peor y no es que seas una incomprendida sino que, con la edad, te vuelves una maniática, y eso sí que tiene mal arreglo.

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