El método negociador de Donald Trump está claro: amenazar con medidas extremas, casi increíbles, para ablandar al interlocutor y que acepte lo que al principio no estaba dispuesto a conceder y, tras un periodo de cambalaches, le parece incluso un buen negocio. Así actuó con los aranceles. Amedrentó a medio mundo para luego rebajar sus bravatas e iniciar una negociación de la que sale ganando, puesto que donde no había tasas ahora se asumen en mayor o menor medida. Más que negociador, es un negociante. Él mismo explicó su técnica en 1987, cuando aún no se había metido en política, en el libro The art of the deal , que resumía así: “Mi estilo en la negociación es sencillo. Apunto muy alto y, a partir de ahí, todo es tirar y tirar hasta que consigo lo que quiero. A veces me conformo con menos, pero muchas veces logro lo que me había propuesto”.
Ya entonces aparecía obsesionado con la balanza comercial de su país: “Es una desgracia que desde hace varios decenios se hayan hecho ricos, en gran medida, fastidiando a Estados Unidos con una política comercial egoísta que nuestros políticos jamás han sabido contrarrestar”. Y un consejo: “Lo peor que puede pasarle a uno en un negocio es tener una necesidad desesperada de hacerlo. Cuando pasa esto, el oponente olfatea la sangre y puedes darte por muerto”. Trump olfatea la debilidad de los mandatarios europeos desde el otro lado del Atlántico. En la cumbre de la OTAN se ha acordado un gasto del 5% en defensa, aunque muchos países saben que no cumplirán esa cifra. Aun así, Trump, como dicta su guía negociadora, logrará que Europa gaste más que nunca en rearme. Eso que ha ganado, además de una victoria de imagen entre sus votantes.
Trump ha impuesto un giro en las aspiraciones del mundo democrático. La ayuda al desarrollo o el cuidado del planeta han sido desterrados de la agenda en favor de la militarización. Hoy la ONU se da cita en Sevilla, sin EE.UU. Aunque acudan muchos países y se pronuncien notables discursos, Trump ha virado las prioridades y los fondos para cooperación pueden caer un 20%. Un sufrimiento que, en algún momento, se nos volverá en contra. Pero como todo abusón de manual, Trump practica la condescendencia con los fuertes, mientras que es implacable con los débiles.