A mediados de julio tenemos que tomar decisiones importantes: qué libros leeremos este verano. En casa, en nuestras estanterías, tenemos títulos que hemos comprado con ilusión para que llenen nuestro futuro de otras vidas, otras verdades. En nuestra mesilla de noche se apilan, uno encima de otros, algunos que han sido ya hojeados, y nos esperan, pacientes y sin reproche.
Algunos pensarán que es mejor leer en digital “porque me puedo llevar muchos más libros, sin ocupar espacio”. Prefiero el sobrepeso que implica un vínculo, un compromiso. Lo fácil es siempre una posibilidad. Lo hermoso es lo que implica una decisión, un buscar un camino juntos, encontrar el tiempo para sumergirse en una obra. Comprometerse.

Hay que tomar un lápiz. Puedes ser un purista y querer dejar el libro inmaculado. Lo entiendo, aunque no lo comparto. Me hace feliz subrayar las frases que me impactan. Es como si nos dijésemos, autor y lector: “Aquí nos hemos encontrado”. Si el texto es buenísimo, abajo, en el pie de página, marco tres cruces, que es una señal para facilitar el reencuentro. Y sé, al mismo tiempo, que un día yo no estaré y todo esto será inexplicable, pasado, yermo….
Da lo mismo, leemos como quien, en un desierto, intuye un oasis. Buscamos un poco de sombra, humedad, agua y cobijo. Leemos como quien busca algo con necesidad de admirar. Leer es buscar. Es entregarse a querer ser más que uno mismo. Ver al otro.
Leemos como quien, en un desierto, intuye un oasis
Hay gente que tiene un don. Hay muchos dones. Pero las personas que escriben, cuando nos conmueven, nos dejan anonadados, agradecidos, elevados. Leo un libro de James Salter, No guardar nada, que, aun siendo menor en su obra, es extraordinario. Leo, con mi hija, a ratos y en voz alta, Los novios de Manzoni y me produce un placer inmenso disfrutar más y de nuevo. Ir a un restaurante en mi barrio y hablar con el camarero, Patrizio, de los personajes. Me enteré, hace tiempo, de que era el libro predilecto del papa Francisco.
Leer tiene algo de inmortal. Ahora que tantas personas leen sobre experiencias cercanas a la muerte, yo sé que leer es una experiencia cercana al Cielo. No puede haber nada mejor. Porque, por un momento, cuando lees, dejas de ser tú y te sumerges en algo infinitamente más importante que lo efímero. Te entregas y subrayas (con lápiz o con los ojos) lo que te estremece, que te hace sentir gratitud. Tengo un amigo que ha alquilado un huerto, con balsa y perro. Puede cuidarlos. Le digo que es un puñetero: que cuando se muera, ya habrá probado el Cielo. Leer es el Cielo. El Cielo es leer y tener un huerto.