El ‘decentómetro’ echa humo

Después de tanto invocar la decencia, el decentómetro del Congreso ha empezado a echar humo. “Déjense de milongas, esto no va de Sánchez o la ultraderecha, esto va de Sánchez o decencia”, proclamó Núñez Feijóo desde la tribuna, tonificado tras el baño de aplausos del congreso triunfal del PP. Aun así, en su oportunidad de oro, no ofreció propuestas anticorrupción, pese a la experiencia de su partido como el único hasta la fecha condenado por financiación ilegal. Le bastó con empuñar el Manual de la decencia, convertido en su catecismo personal, como si eso fuera suficiente para proclamarse su garante.

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Zipi Aragón / Efe

El pleno extraordinario se convocó para debatir el rumbo de la legislatura, pero Feijóo saltó al ring con el guion preparado, en la dinámica habitual de los monólogos: delató, acusó, insinuó. Aludió a “prostíbulos” en el entorno familiar del presidente, y Patxi López replicó: “indecente”. La palabra quedó flotando como un dardo verbal de ida y vuelta. La intervención de Abascal fue un mitin de trinchera con ritmo de TikTok. Arremetió contra todos, recreándose en Feijóo, a quien acusa de no derribar al presidente como manda el deber patriótico. 

El ‘decentómetro’ echa humo Video

Feijóo acusa a Sánchez de haber "vivido de prostíbulos"

EFE

La política, convertida en un ejercicio de descalificación moral, se vacía

¿Y Pedro Sánchez? Lejos de achicarse, se presentó como defraudado y blanco de una campaña infame. No anunció elecciones ni despejó incógnitas sobre las causas judiciales en curso, pero recuperó la iniciativa. Sus socios no le ahorraron críticas, pero no hicieron sangre del anémico: prefirieron darle un respiro. Cada uno, pues, jugó su carta: Feijóo, la moral; Abascal, el esperpento; Sánchez, víctima y arrepentido.

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Algunos parecen llevar incorporado un decentómetro para medir la virtud ajena. La cercanía con Vox, por ejemplo, ya ni levanta cejas entre quienes se consideran guardianes de las esencias democráticas. La política, convertida en un ejercicio de descalificación moral, se vacía: el adversario ya no es alguien con quien confrontar ideas, sino a quien estigmatizar de forma sumaria. Y es que la decencia, que si en algún sitio importa es en el Congreso, donde las palabras configuran lo común, no se demuestra a gritos desde la tribuna, sino con el cuidado de las formas y el sostenimiento del desacuerdo sin tirar a matar. Lo demás –el dedo alzado, la invectiva soez, el aplauso fácil– solo sobrecarga el decentómetro, que chisporrotea a punto de fundirse.

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