El poder en España atraviesa una fase extraña. Todo parece moverse, pero nada se transforma, como placas tectónicas que crujen sin llegar al seísmo, después de que un operador clave del sanchismo haya cruzado el insólito trayecto de la zona noble de Ferraz a una celda en Soto del Real.

Santos Cerdán no era un hombre de Estado, sino de planta baja: lo suyo era conectar. Técnico en sistemas, se especializó en sumar lo que no sumaba. Su ingreso en prisión cortocircuita el relato regenerador que acompañó la llegada de Sánchez a la Moncloa, tras la moción de censura que desalojó al PP por corrupción. En la trastienda de aquella victoria, entre otros, estaba Cerdán, hilvanando con hilo fino y aguja gruesa. También en la campaña de las primarias que devolvieron el liderazgo a Sánchez.
Tenemos un operador entre rejas, un presidente que resiste como puede y un opositor errático
Mientras muchos políticos creen protagonizar una serie de Aaron Sorkin, él se movía como en una película muda. Paradójicamente, quien conocía todos los pasillos ha acabado en el más estrecho: la celda. En política, el relato lo es todo. Y lo que fue épica de la resistencia hoy roza la huida hacia delante. Sánchez, no imputado ni señalado en la trama, resiste. Tiene algo de prestidigitador de sí mismo: saca un nuevo Sánchez del sombrero cada vez que el anterior queda tocado. Su aguante es real, pero cada vez más ensimismado.
Mientras tanto, en el otro extremo del tablero, Feijóo observa. Encabezó la lista más votada, pero no logra armar una alternativa. Le queda la esperanza pasiva de que el Gobierno se derrumbe por inercia. Incluso plantea “poner el contador a cero” con Junts, en un intento desesperado de que suene la flauta. Hoy los populares recogen cable: de agentes polarizadores a supuestos hacedores de puentes, con la mirada puesta en los cuatro votos que faltan y que exigiría el peaje de la extrema derecha. Con el ascenso de perfiles como Miguel Tellado o Ester Muñoz –más cómodos en la bronca que en la contienda intelectual– se desvanece cualquier versión feijooista moderada.
Y así estamos: con un operador entre rejas, un presidente que resiste como puede y un opositor errático. En el tablero de la política española, de momento no dan las cuentas. Ni para avanzar, ni para cambiar nada.