Entre las muchas fuerzas destructoras que la naturaleza puede despertar, el volcán es tal vez la que ha dado más juego pictórico y literario. La erupción, la lava ardiente, la lluvia de cenizas, todo eso nos inflama la imaginación. Y aunque haya gentes que viven en la falda de un volcán con indiferencia cierta y cotidiana ante el peligro, como otros habitan zonas de choque y fricción de placas tectónicas sin acordarse de los posibles terremotos, la mayoría de nosotros prefiere no asomarse a la caldera de un volcán que ha empezado a humear.
La imagen del cráter del volcán habita nuestros sueños y por supuesto algunas novelas que sirven, permítanme enseñar las cartas, para ayudar a dibujar el mapa actual de la política española.
Sánchez nota cómo el suelo tiembla bajo sus pies y sin saber si la erupción va a continuar o no
Bajo el volcán es la obra maestra de Malcolm Lowry, editada en 1947 y que transcurre en Cuernavaca, México, en el día de Muertos del año 1938. El protagonista, Geoffrey Firmin, es un excónsul británico alcoholizado, castigado también por el abandono de su esposa, Yvonne. El volcán preside el previsible final de un hombre sin escapatoria. La novela es una jornada de autodestrucción, no exactamente un suicidio, sino algo puede ser que peor, la decadencia y la muerte como única salida. Hay una copiosa producción crítica que considera este libro autobiográfico, en buena medida por el alcoholismo patente de su autor, que también lo llevó a un camino sin retorno de mal final.
Al menos en un par de ocasiones tentaron a Luis Buñuel para que adaptase esta novela y la llevase al cine. México, alcohol, el día de Muertos, hasta el adulterio y las sospechas, todo debería haberle resultado atractivo y tentador. Y sin embargo, ni Buñuel ni Jean-Claude Carrière se vieron capaces de escribir un guion basado en el libro de Lowry. A veces hay relato y hay tensión, pero no hay película…

Cambiemos de tercio, si les parece: Viaje al centro de la Tierra es una novela de Jules –para nosotros Julio– Verne, una de las más populares y conocidas. Otto Lidenbrock, un profesor de mineralogía, convive con su sobrino Axel y su ahijada Graüben en Hamburgo. Los jóvenes, por descontado, están enamorados, pero eso no es más que una trama menor en una novela de aventuras trepidantes que instauró definitivamente el género de la exploración subterránea. El inicio es un criptograma, un enigma que dejó un alquimista islandés, Saknussemm, que, trescientos años antes, había visitado el centro de la Tierra.
En una expedición muy siglo XIX –recordemos, ¡es Verne!– tío y sobrino llegarán, junto a un cazador islandés, Hans, contratado ad hoc, a la cima del volcán Snaeffels (si visitan Islandia, pueden ver su cumbre nevada, es el Snaefellsjökull, por usar su nombre completo). A partir de ahí, iniciarán su viaje al interior del planeta, siguiendo las pistas que el alquimista ha ido dejando. Encontrarán un enorme mar interior, criaturas prehistóricas y afrontarán toda suerte de peligros y riesgos para, al final, ser catapultados por una erupción que impulsa su balsa hasta la superficie y aparecen en la isla de Estrómboli, en Italia. No han llegado al centro de la Tierra y han terminado en otra isla muy lejana y distante de la inicial.
¿Ya se han hecho una idea de por dónde voy?
A ver, el presidente del Gobierno no está alcoholizado, ni mucho menos. De hecho, es un hombre deportista y sano con fama de arriesgado y audaz. Pero no lo reconozco en estas últimas semanas, porque me pasa que lo veo inseguro, tambaleándose y dando más de un traspié. Está tocado, creo que es obvio. Y desde luego camina sobre el volcán, notando cómo el suelo ha temblado bajo sus pies y sin saber si la erupción va a continuar o no.
El líder de la oposición, por el contrario, se ha embarcado en un improbable viaje al centro con la guía de un viejo alquimista de otros tiempos, de bigote evanescente. No alcanzará nunca el centro, y sospecho que él mismo lo sabe, y acabará en otra isla, muy lejana y mucho más escorada a la derecha. Irá de un volcán a otro volcán. Porque si esta legislatura ha resultado inestable, ya veremos cómo será de volcánica la que venga. Fuego y cenizas.
Y luego hay quien dice que no sirve de nada leer novelas…