Unamuno proclamó que a los catalanes nos perdía la estética. Lo que pretendía ser una crítica, con el tiempo se ha convertido en un elogio. El mundo se nos ha puesto feo en el fondo y en las formas. ¿Cuándo se había visto a un presidente de Estados Unidos dirigiéndose a su país con una gorra roja? ¿Cuándo antes se había presentado el hombre más rico del planeta con una camiseta negra en la Casa Blanca? Y no sigo con la lista, porque necesitaría el resto de la página. Pero hoy es un gran día para los estetas: la final de Wimbledon, allí nadie puede romper las normas de la educación y el buen gusto.
En Alt England Club se disputan torneos desde 1877. La tradición establece que los tenistas deben ir vestidos de blanco de pies a cabeza, lo que se convirtió en norma de obligado cumplimiento desde 1963. Es el único torneo que impone un código de vestimenta. Las élites británicas se decantaron por este color, porque era el que disimulaba mejor el sudor. En el 2022, Kyrgios entró en la pista con una gorra roja que podría llevar Trump y unas zapatillas del mismo color y fue amonestado. Los espectadores tampoco se salvan de las reglas. Se recomienda vestir elegantemente y se incluye una lista de artículos prohibidos, como camisetas de correr, vaqueros rotos, zapatillas sucias o eslóganes ofensivos. Lo de menos es que sean prendas caras o de marcas de moda.
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En la Scala de Milán también se han hartado de que la gente vaya como si volviera de la playa. No se han atrevido a exigir traje y corbata a los hombres y vestido cóctel a las damas, pero advierten que no se podrá entrar vistiendo camisetas imperio, chanclas o bermudas. Lo consideran una cuestión de decoro y de educación: las butacas están muy juntas y la dirección piensa que nadie tiene porqué aguantar los sudores ajenos por mucho que les guste la ópera.
La elegancia no es una cuestión de dinero, sino de estilo. Cuando Henry James fue a ver a Gustave Flaubert a su casa y le recibió en chándal, salió horrorizado. Comentó a sus amigos que no se podía escribir bien con ropa para ir al bosque. “¿Y Madame Bovary ?”, le preguntó Turguénev al respecto. Y respondió: “Seguro que la escribió con chaleco.”