El sombrero rojo

Mi abuela belga cambió su nombre por el de Pamela. Antes se llamaba Nicole. Le encantaban los sombreros y esperaba que algún día volvieran a estar de moda para ponérselos. Si no, le daba vergüenza. El sombrero le parecía elegante. También el juego de Roger Federer. Le gustaba el tenis y me enseñó a jugar a bádminton.

La elegancia es difícil de describir. Dota de un aura poderosa a quien la posee y la valora. Es el aura del buen gusto, la distinción, el estilo. El esnobismo no es elegante; ni la ostentación, ni la pedantería. Paul Valéry decía que la elegancia es el arte de pasar desapercibido a la vez que tienes presencia. Es demostrar que sabes algo sin que se note que lo has aprendido, como si el conocimiento fuera innato y no costara esfuerzo. El fotógrafo de modas Cecil Beaton decía que es agua y jabón, apunta Marta D. Riezu en el libro titulado así. Y añade que es como decir que lo elegante es lo sencillo, lo útil, lo de toda la vida. Lo esencial. “La elegancia involuntaria se asocia al gesto generoso, a la alegría discreta, a la persona que aporta y apacigua”.

Autorretrato con sombrero rojo. 1968

 

Archivio fotografico del Museo Revoltella - Galleria d'Arte Moderna, Trieste © Courtesy of Richard Overstreet

Para Balzac, es no hacer las cosas como los demás, aparentando naturalidad. En una derrota, le das la mano al rival y le felicitas como si te alegraras. Saber perder es tan impor­tante como saber ganar. En la reacción –deportiva, política, bélica, emocional– se demuestra cuán elegante eres. También en la estrategia: hacer trampa, utilizar malas artes, carecer de escrúpulos, enfangarse porque el otro lo hace, es soez, nada sofisticado. Todo lo contrario a la moderación y serenidad, que ni chilla, ni exagera, ni insulta.

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El sombrero rojo

Belleza que permanece, la elegancia cautiva y da confianza. Va ligada al respeto. Quitarse el sombrero es una manera de mostrar consideración. Pero para ello debes llevarlo puesto. En plena ola de calor, con la idea de protegerme, compré uno en una de esas tiendas preciosas en las que nunca hay nadie. Lo compré rojo; ¿para qué elegir un color discreto, si llevar sombrero hoy no lo es? Me da un aire entre bucólico y guiri. Al ponérmelo, tengo a mi abuela en la cabeza. No me da vergüenza. Porque lo vergonzoso es la falta de elegancia, ahora que, mires donde mires, vence lo horrible (evidentemente no hablo del vestir). La elegancia protege, cubre, descubre. Ojalá volviera a estar de moda.

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