Me invita un conocido empresario a una paella en su casa de campo. Comemos bajo un toldo en la viña de su propiedad. Mientras oteo el mar azul al fondo, él me pregunta sobre los dirigentes expulsados del partido del presidente Sánchez por supuesta corrupción. En la prensa se ha dicho estos días que Sánchez no supo elegir a sus colaboradores. Una mala compañía puede estropearte la vida. El ministro Pío Cabanillas ya advirtió hace tiempo: “¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!”. Elegir a los tuyos es difícil, porque se quedan dentro.

En las veces que yo mismo he tenido que formar un equipo me he guiado por tres principios: afinidad e inteligencia del candidato y confianza en su responsabilidad. Ahora, mientras apuro la copa de fresco vino blanco, mi anfitrión discrepa de los tres puntos. Elegir a alguien inteligente y afín “es muy fácil”, me dice. Darle responsabilidad, “eso es difícil”. Lo que más importa es que el equipo sea leal y obedezca a su jefe, quien tiene la responsabilidad. “El equipo ya sabe para quién ha de estar”, agrega. Habla por experiencia. “Pero hoy los liderazgos –le recuerdo, filosofante– son más horizontales que verticales”. Él hace una mueca de duda.
Democracia y ego no casan. Uno ha de humillarse a que el voto de millones de gente valga igual que el suyo. En la democracia no ha de haber yos, para que haya seres libres. En la autocracia sí hay yos, pero el precio es que hay siervos.
Hoy hay demasiado ego en todas partes. Apunta el hiperliderazgo y abunda el presidencialismo. En la política se pasó de la importancia de las ideologías a los programas, y de estos a los meros lemas de campaña electoral, para acabar hoy simplemente en la adhesión al líder, del que se esperan milagros.
Por una parte, nada más peligroso para un jefe que rodearse de obedientes a rebufo suyo. No debe fiarse de quien no es independiente para ver y decidir por sí mismo: para empezar, su lealtad al líder. El rebaño va para aquí y para allá. En el mal tiempo, el caudillo en caída se olvida de su gente, pero esta aún más rápido se desprende de aquel. Si uno cuenta solo con los que le van a decir “sí, jefe”, puede tener sorpresas y además colársele indeseables, como ocurre hoy, tiempo de caudillos, en los partidos.
Por otra parte, la egolatría tampoco le conviene al conjunto de obedientes, porque en cuanto se tambalee o caiga el jefe, el edificio colapsa y desaparece. La democracia no es un régimen de asentimientos, sino de disenso y consenso en equilibrio.