Se ha extendido la idea de que todo el mundo que tiene más de 60 años compró su(s) casa(s) por 500 pesetas y un bote de garbanzos, y que todos los menores de 45 sufren el problema de la vivienda por culpa de esos mayores jaraneros e históricamente besados por los dioses. El debate generacional da vidilla, pero se tambalea en cuanto se rasca un poco, porque es evidente que hay boomers que no se beneficiaron de la lotería de los pisos y millennials y zetas que vienen bien cubiertos de casa y han pagado la entrada de sus pisos con dinero de la familia. No es (solo) la edad, es la renta.

El auge del precio del alquiler ha disparado la demanda de habitaciones para vivir
Eso no quita que existan actitudes en torno a la vivienda que sí son marcadores generacionales. Me gustaba pensar que entre la gente de mi edad y los más jóvenes existía una mentalidad de casa abierta, una disposición a socializar los pisos, aunque fueran de alquiler, a intercambiar las viviendas por vacaciones y a prestarlas a amigos y amigos de amigos cuando no se usaban. Era, supongo, una cosa muy Facebook temprano, muy dosmilera: si tienes un conocido, tienes una casa, etcétera. Esa parecía una pequeña conquista, frente a la idea del hogar como fortaleza familiar inexpugnable que ha estado siempre tan instalada en la psique ibérica.
Pero también eso está flaqueando. De la misma manera que Wallapop y Vinted están acabando con el regalo desinteresado, el pasar lo que ya no usas sin monetizarlo, las plataformas organizadas de intercambio de casa –de las que soy usuaria–, con su antipática tarifa, y su eficiente sistema de puntos y sus seguros, tan pulcros, han profesionalizado y vaciado de aventura y altruismo lo que antes era un acuerdo informal entre iguales.
También en los meses anteriores al verano las redes se llenan de anuncios de personas que subalquilan sus pisos o sus habitaciones mientras se van de viaje. Hay muchos chistes al respecto. “Bajo al Lidl de 16.30 h a 17 h y arriendo mi habitación, soleada. Incluye gato y una monstera que requiere riego por inmersión”.
Se entiende que toda ayuda es poca y que hay que rascar dinero de donde sea en un mercado de la vivienda desconectado de la realidad económica, pero no deja de dar pena que hasta eso se haya pervertido, que incluso los desposeídos de lo inmobiliario se vean obligados a entrar en la lógica que nos pudre, la que dicta que si tienes un techo, tienes un negocio.