El anuncio estrella de cada verano, ese que publicita cerveza mediterráneamente, ha apostado por la nostalgia. Alquilar la misma casa sin lavavajillas, con los mismos vecinos, y el mismo paisaje, y la misma playa, y el mismo bar y la misma gente, como plantean sus protagonistas, es una utopía. Porque la casa la compró un fondo de inversión, hizo apartamentos de lujo que no podrías permitirte. Y los vecinos ya no pueden vivir aquí, se fueron hace tiempo. La playa está repleta de influencers que posan para las selfies, y de coches y de motos de agua y otras embarcaciones que no respetan las boyas, mucho menos a los bañistas y el entorno.

El bar se traspasó: ahora hay un chill out como los que salían en los primeros anuncios de la misma marca de cerveza, lleno de gente como la que también salía en esos anuncios, spots que venden lo auténtico reduciéndolo a estética y recreo. Un estilo de vida que no existe, un recuerdo convertido en souvenir, un escenario vacacional donde no cabe la realidad del récord de turistas, el récord del precio del alquiler, el récord de temperaturas. Un paraíso perdido.
Al perder el paisaje, pierdes tus puntos de referencia; ya no conoces a nadie
¿Cómo va a ser lo mismo de siempre, si el mar está más caliente que nunca, y hasta ahora no había incendios de sexta generación, y aquellas clásicas tormentas de verano se han convertido en danas devastadoras? Si las inundaciones ya no son solo cosa de cuatro goteras y achicar agua del garaje con el mocho. Si el calor “anormal para la época” es la nueva normalidad. De pequeños, mi madre se llevaba las manos a la cabeza cuando el termómetro de las Avenidas de Palma marcaba treinta grados; para sus nietos eso no es extraordinario.
Mientras ella trabajaba en la ciudad, mis hermanos y yo estábamos con mi padre en el puerto donde veranea la familia desde que mi padre era niño. Hasta hace poco, aún podíamos recorrer las mismas calles, saludar a los mismos vecinos, ir a la misma playa, nadar en el mismo mar de todos los veranos. Pero el bar cerró e hicieron apartamentos. Y tiraron el viejo convento y construyeron más apartamentos. Y harán más apartamentos en el restaurante al que íbamos con los amigos, que también ha cerrado. Al perder el paisaje, pierdes tus puntos de referencia. Ya no reconoces lo que te rodea. Ni conoces a nadie. No hay ningún siempre porque ya nada es lo mismo.