Soñar infiernos

En las pelis de indios y vaqueros, me aburría que los buenos fuesen siempre los mismos. Yo era entonces una niña que aplaudía cuando el rubio guapo cortaba cabelleras negras a diestro y siniestro. No tenía perspectiva ni criterio, porque ambos se adquieren con el tiempo. Sin embargo, me parecía evidente que los lobos, las madrastras y los gigantes de los cuentos eran malos malísimos. También me resultaba obvio que las hadas eran la salvación del mundo.

Más adelante me tocó entender que no todo es blanco ni negro, que los matices son la salsa de la vida, pero que además me encantaban los personajes de novela complejos y contradictorios: redentores o redimidos, guerreros o supervivientes.

Declaración del cabo del grupo de homicidios de los mossos, instructor de las diligencias

   

Mayka Navarro

Hasta que aprendí que el mal existe de verdad. Este mes de julio un jurado popular ha considerado culpable por unanimidad a una mujer que ha llenado de titulares los medios de comunicación. Se trata de Montserrat Nin, de cuarenta y cuatro años, por el asesinato de su pareja, Aleix Álvarez, de cuarenta y seis, en Barcelona, tras meses de maltrato físico y psicológico extremo. La historia de esta mujer demuestra que a menudo la realidad supera la ficción. Su modus operandi consistía en buscar personas débiles con quienes creaba dependencia y actuaba de la forma más desalmada posible. Un perito la ha descrito como la “tétrada oscura: narcisismo, maquiavelismo, psicopatía y sadismo”, capaz de discernir perfectamente entre el bien y el mal, y de planificar el sufrimiento de su víctima durante meses.

Montserrat Nin ha sido condenada por asesinato tras meses de maltrato extremo

El mal fascina a la humanidad desde hace siglos. Numerosos estudiosos y literatos se han preguntado cuáles son los motivos por los que alguien puede causar el mal de forma deliberada. En Crimen y castigo, Dostoyevski explora a través del personaje de Raskólnikov la naturaleza del mal. En un momento dado y ante la ejecución de un crimen, surge la reflexión: “No he matado a una persona, sino a un principio. Yo solo quise atreverme, nada más”.

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¿Atreverse a qué?, me pregunto. Puede que a reivindicar la maldad. No existen las justificaciones, nada lo explica. Montserrat Nin, que se enfrenta a treinta y seis años de condena, es un ejemplo de que, desgraciadamente, no tenemos que soñar infiernos para ver el mal.

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