Dejó escrito Mary Ann Evans que “el fracaso es siempre el principio de la mitad de todo”, y ante Torre Pacheco, hay un ejercicio necesario y legítimo como sociedad de autocrítica. Estamos en mitad del desastre, no en el principio, y, por supuesto, se pudo hacer más en políticas sociales y en atender a una parte de la sociedad desconectada del éxito, del reparto de riqueza y la asunción de valores democráticos. Pero no podemos pasar por alto que, como ya ha pasado en el resto de Europa, todo estaba pendiente de pulsar el botón rojo. Hay una internacional de la extrema derecha coordinada, pagada y alentada desde Moscú y Washington para destruir nuestras democracias y nuestra idea de Europa. ¿A cambio de qué? A cambio de nada.

La violencia es en sí misma un lenguaje y un caos, un territorio sin error. Se basta y se sobra. La turba que decide ir a cazar al emigrante, señalar, amenazar, golpear al distinto no defienden a nadie ni a nada. Quieren destruirlo todo. Esta vez no invadirán Polonia. Les bastará con perseguir a los que somos y pensamos distinto hasta que nos asustemos lo suficiente. Ese es el plan. Si les dejamos, claro.
La violencia es en sí misma un lenguaje y un caos, un territorio sin error
Pero hay esperanza. Basta echar un vistazo a las imágenes que nos han llegado de la turba, de los que increpan y amenazan a los medios de comunicación, los de las manifestaciones, los portadores de banderas, los engorilados, los que gritan y empujan. Mírenlos bien. Échenles un ojo. El porcentaje de freaks en sus filas ayuda en la idea de que podemos con ellos.
Son una caricatura de algo que sonaba bien en su cabeza. La mujer embutida en el traje azul de Modas Dorita y gorra a lo requeté con el Sagrado Corazón en medio de la bandera española. El bolinga del pueblo, el desgraciado que da siempre la turra en el bar, los enfarlopados, la mujer muy bajita que grita mucho, el que graba con el móvil con las lentes escurriéndose por la nariz, la familia de tres recortada por la mitad, el de la muleta al que nunca se le curó el esguince, todos con sus gafas de sol, camisetas sudadas y pantalón corto –si lleva pantalón largo, fijo que es poli–… Hay partido. Necesariamente. Y hemos de ganárselo a esa chusma a la que linchar a un chaval de quince años en un parque es lo mejor que le ha pasado en la vida.