Bienvenidos a Vuelo Aventura

Coger un avión en el 2025 se parece cada vez más a participar en una escape room diseñada por alguien con traumas sin resolver. No importa la compañía ni el destino: cada trayecto es una prueba de fe, paciencia y resistencia física. Y, sobre todo, si el vuelo es a partir de las seis de la tarde, debes encomendarte a santa IATA y a la virgen del Slot para que no haya retrasos.

Photo of an airplane just before landing in the early morning. Runway lights can be seen in the foreground.

  

Getty Images

La clave es no perder la mirada de una pantalla muda que cambia el horario cada media hora como un trilero digital. Cuando por fin aparece el ansiado “Embarque”, te lanzas a la puerta y ahí empieza la verdadera gincana. Primero, la fila absurda. Veinte minutos en pie, adiestrados como perros de Pavlov por zonas y prioridades, fingiendo orden mientras todos miramos de reojo quién se nos cuela. A los de business les dura poco la ilusión: una vez superado el primer control, depende de la compañía aérea, se mezclan con el resto como en una rave low cost.

No importa la compañía ni el destino: cada trayecto es una prueba de fe

Entonces llega el gran dilema de la terminal: ¿autobús o finger? Si es autobús, que haya suerte. Tienes que luchar por un asiento para sentarte tres minutos como si fuera Rodalies en hora punta. Si te toca finger, enhorabuena: vas directo al infierno. Una espera en un tubo con temperatura de fundición, home­naje climático a las saunas nórdicas.

Una vez dentro del avión, nuevo capítulo. La gente, después de rezar por dónde depositar el equipaje de mano, espera que el comandante diga algo, lo que sea, pero el micro del piloto sigue siendo tecnología de los setenta: un murmullo ininteligible con eco, como si hablara desde una cueva. “Se ha cerrado la puerta delantera”, parece decir o quizás anuncia que “hay un conejo en la pista”. Nadie entiende nada.

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Y lo peor de todo es que, cuando finalmente llegas a casa, te pillas a ti mismo abriendo el navegador para buscar vuelos baratos para el próximo puente. Somos así: masoquistas aéreos, adictos a volar porque queremos ir lejos y porque seguimos creyendo que esta vez será diferente. Nos quitan la dignidad, el espacio para las piernas, el agua y hasta el alma. Pero, oye, si hay una promo flash a 29,99, ¡viva el aire­ y que despeguen los dados!

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