Como ya parece normal y hasta justificado, Juana Rivas ha convertido el acto ordinario –y nada agradable– de “traspasar” un hijo a su padre y exmarido –o viceversa– en un acontecimiento con su convocatoria a los medios de comunicación y un mar de lágrimas que serían más adecuadas en el ámbito privado, que es donde se lloran estas penas. Por una razón simple: el bien de los hijos.
Juana Rivas, a su llegada ayer al punto de encuentro familiar
Si hay hijos de por medio, los divorcios pueden ser duros. Y muy desagradables. Cada parte está convencida de que le asiste la razón –¿quién no se engaña a sí mismo en su favor?– y en caliente puede obrar sin pensar en lo importante: el bien de los hijos, que pasa en estos trances por no obligarlos a tomar partido. No estamos ante un Barça-Real Madrid...
Convertir un acto íntimo y doloroso en algo público dudo que beneficie a los hijos
Juana Rivas no es la primera persona que se divorcia y carece de la custodia de un hijo. Les ha sucedido a muchos hombres y cuando hay diferencias irreconciliables –como en todos los órdenes– entra en acción la justicia.
El problema del caso Juana Rivas es de cajón: solo acato las sentencias cuando me dan la razón. Y, entre tanto, doy por hecho que el padre es un maltratador –un tribunal lo decidirá este año– y justifico con esta acusación –no probada– armar un espectáculo cada vez que el hijo vuelve con su padre, cosa que ya debió hacerse en enero.
Hay algo que Juana Rivas no parece tener en cuenta y es una lástima: sus hijos son también los del hombre con quien decidió tenerlos y mientras un tribunal –hablamos de Italia, no de Afganistán– mantenga esta potestad, el hombre tiene derecho a educarlos, convivir con ellos o estar el tiempo que le asigne un magistrado o magistrada.
Pensando en los hijos, muchas parejas tragan quina y con el tiempo entierran el hacha de guerra y terminan siendo buenos padres. No parece ser el camino de Rivas y es una lástima porque dudo mucho que esta exposición pública sea idónea para unos chavales a los que se empuja a elegir lo que los hijos de padres normales nunca se ven obligados –¿a quién quieres más?– y pagar los platos rotos de un matrimonio pifiado. O la justicia o la ley de la selva. Nazca uno mujer u hombre.
