Algunos –la mayoría, entiendo y espero, porque las vacaciones son una fortuna– parten pronto de vacaciones. Cada ocasión de hacer una pausa y recuperarse es una invitación a tomar un respiro, descansar, recargar baterías y repensar nuestras vidas, de un modo más o menos natural y, a poder ser, huyendo de grandilocuencias. Toca avanzar, también desde el reposo. Dar espacio al sentir. Tener más tiempo. Mirar las cosas con perspectiva. Dejarse ir. Filtrar. Actuar menos, guiándonos ya no por la presión o la urgencia, sino por la convicción de las intuiciones, la consciencia y los instintos. Bailar silenciosamente con sueños y fantasmas, al ritmo de la propia intimidad.

En lo práctico, intentamos ejercer del mejor modo posible nuestras opciones: Moverse o estar quieto. Leer o dormir. Nadar o escalar. Callar o hablar. Cocinar o calentar en el microondas. Ser un poco más eremitas o más sociales. (Re)conectar con tus raíces o buscar espacios exóticos y nuevos…. Tocar la guitarra o escuchar el trino de pájaros o el sonido generoso del mar. Ver a gente querida, olvidados del WhatsApp.
Toca avanzar, también desde el reposo. Dar espacio al sentir. Tener más tiempo. Mirar las cosas con perspectiva. Dejarse ir.
El verano es una mirada a dos mundos. Vasco Núñez de Balboa cruzó el istmo de Panamá desde el lado del mar Caribe (Atlántico) hasta alcanzar el océano Pacífico en septiembre de 1513. Stefan Zweig cuenta, en uno de los bellísimos retratos de Momentos estelares de la humanidad, ese momento crucial cuando subió a una montaña en la región del Darién, cerca de la actual costa pacífica panameña, y desde allí vio por primera vez el “Mar del Sur” (como lo llamó entonces). Aunque no hay constancia histórica ni geográfica de que desde ese punto se viera también el mar Caribe –por lo que seguramente nunca vio ambos océanos a la vez–, sabemos que hay un momento en el que alguien, acaso por vez primera, documentó con su mirada y testimonio que existían dos océanos, llenos de infinito esplendor. Estremece pensar en quien vivió esto. Un momento estelar de la humanidad. Esos que parecen estar al alcance solo de los conquistadores.
Pero hay otros espacios y lugares y pensamientos y sentimientos que también están a nuestro alcance conquistar. El verano es exactamente esto, aunque sea algo más cotidiano y se repita con cadencia anual, no deja de ser un hecho poderoso: vivir la pausa estival como una ocasión de descubrir esos dos océanos que siempre coexisten ante nuestros ojos. Llegar a verlos, aunque no seamos conscientes del todo del alcance de lo que vemos. Una estrecha línea de tierra que los separa y, al mismo tiempo, une. El verano invita a mirar y respirar.