Cada día pienso en el imperio romano. Por unos minutos, sin motivo aparente, pero no pasa día en que no piense en romanos. A veces en gladiadores, otras en acueductos, en Julio César o en las tres legiones aniquiladas en los bosques de Germania. De niño pensaba en egipcios. Me asustaban y me ponían triste porque, en mis pensamientos, los egipcios siempre estaban muriéndose, embalsamándose unos a otros y quedándose encerrados en pirámides por toda la eternidad. Calvos, mudos y con los ojos pintados de azul. También había serpientes egipcias, copas envenenadas y faraones niños que se morían antes de los catorce.

No sé en qué momento dejé de pensar en egipcios y pasé a hacerlo en romanos. Quizás se llama madurar o quizás envejecer, lo de pensar cada día en el imperio romano. Entre los egipcios y los romanos debió de haber algo en lo que mi cabeza pensara todos los días, pero no lo recuerdo. Sería en sexo o en divertirme, pero si pienso en divertirme acabo de inmediato pensando en romanos. Romanos divirtiéndose. Es impensable juntar diversión y egipcios. Sí, pensaría en sexo, en la fama y la felicidad en lo que podríamos llamar mi edad media, esa época que discurre entre pensar en egipcios y hacerlo en romanos.
No hubiera sobrevivido en ningún lugar de Roma, hubiera elegido mal la conspiración
Me da placer pensar en el imperio romano de una manera que no sé explicar. Nuestro derecho es romano, Tárraco era romana, el calendario también lo es. Quizás por eso me genera seguridad pensar en ellos, en aquellos romanos. Es mi pax romana. En Roma, cuando te enamorabas, los amigos romanos te recomendaban que te encerraras en casa hasta que se te pasara. Me encanta esa manera de curar el amor como se trata un catarro. Los romanos eran prácticos y realistas. También muy crueles, sin embargo, eso no importa a mi cabeza. No pienso casi nunca en Gengis Kan o en Stalin y sí en Trajano.
Leo lo que puedo sobre aquellos romanos y cuando lo hago me aterroriza Roma. No hubiera sobrevivido en ninguna profesión ni en ningún lugar de Roma, hubiera elegido mal la conspiración y me hubiera perdido los mejores juegos del Coliseo. Pero, por alguna razón, dejé olvidados los egipcios y aquí, en mis pensamientos, andan los romanos. Con sus saunas, sus traiciones y corrupciones, sus esclavos y bacanales, sus ejércitos en las fronteras, el emperador loco, Mesala y Ben-Hur en su carrera.