¿Qué son “nuestras costumbres”? Cuando surge un conflicto en torno a la inmigración, hay quien pretende zanjarlo exigiendo que las y los inmigrantes “respeten nuestras costumbres”. ¿Cómo se aplica ese criterio a, por ejemplo, lo ocurrido con el Teatro Sin Papeles?
Ya saben: se presentaba un informe del Observatori de les Discriminacions y el Ayuntamiento de Barcelona invitó a participar en el acto a esa compañía. La cual escenificó situaciones de discriminación vividas por mujeres como ellas, de origen latinoamericano. Una inmigrante se dirige en castellano a una médica o a una funcionaria, pero estas no le contestan, solo repiten: “¡Aprende catalán!”. Cuando por fin obtiene el C2, busca empleo, pero se lo niegan por no ser nativa... Esto, a mucha gente, no le ha gustado nada. Se ha dicho que la obra ejerce violencia contra el catalán; se está acosando en redes a las actrices; el Ayuntamiento ha pedido disculpas…
¿Qué opinar? Muy fácil. Preguntemos: ¿las inmigrantes que forman el Teatro Sin Papeles respetan nuestras costumbres? ¿Desayunan zumo de naranja? ¿Comen pan con todo? ¿Hacen tortilla de patatas? ¿Veneran a la Moreneta? ¿Ponen cuencos con agua en los balcones para los camellos de los Reyes Magos?...
Quizá las componentes del Teatro Sin Papeles han aprendido aquí una actitud crítica que en sus países de origen no es tan habitual
No sé ustedes, pero yo no consigo encontrar la utilidad a esa prueba del algodón para distinguir a los buenos inmigrantes de los que “tendrán que volver a sus países porque no se han adaptado a nuestras costumbres” (Rocío de Meer, portavoz de Vox, dixit ). ¿Por qué tendría que importarnos que desayunen arepas, le añadan chile a todo, hagan ceviche, veneren a la Virgen de Urkupiña y pongan calaveritas de azúcar en el altar de la Santa Muerte? Aquí lo que está en cuestión es otra cosa: el espíritu crítico, la libertad de expresión.
Pensar por cuenta propia, criticar ¿son costumbres nuestras? Históricamente, lo cierto es que sí: se desarrollan en Europa a partir de la Ilustración. Pero no las defendamos, por favor, en tanto que “costumbres”, con una actitud multiculturalista que las haría ni más ni menos válidas –cada pueblo con sus costumbres– que lapidar adúlteras.
Quizá las componentes del Teatro Sin Papeles han aprendido aquí una actitud crítica que en sus países de origen no es tan habitual. Puede decirse que han asimilado una “costumbre” europea, la libertad de expresión, pero ahora la ejercen, con toda legitimidad–nos guste o no lo que dicen, nos parezca acertada o no su crítica– en calidad de derecho humano universal. Aplaudámoslas por ello.
