Pobre niño. Daniel, se llama. Hijo de Juana Rivas y Francesco Arcuri. Utilizado como prisionero en la guerra por su custodia que la madre española libra contra el padre italiano. Carne de cañón también de políticos oportunistas sin ningún sentido de la prudencia ni del deber, que solo buscan beneficio personal invocando consignas feministas y de apoyo a la infancia que nada tienen que ver con este caso.

Juana Rivas
Daniel, que fue devuelto finalmente a su padre el viernes, es también material fácil de rentabilizar económicamente por la industria del entretenimiento informativo. No hay carroñero que no intente alimentarse estos días del chiquillo y su desgracia. Hasta Amnistía Internacional ha buscado su cuota de protagonismo insustancial para recordar lo obvio: que debe primar el interés del menor. Olvidando, eso sí, que ese trabajo de asegurar el mayor beneficio para el pequeño es precisamente el que han hecho tanto la justicia italiana como la española cuando han ordenado que debía regresar con su padre, tras incumplir la madre la obligación de devolverlo después de disfrutar de un periodo vacacional con su retoño.
La irrupción de la justicia solo sirve para mitigar daños, no para eliminarlos
Cuando la razón de los adultos cae en barrena, son los niños quienes inevitablemente acaban pagando los platos rotos. La irrupción de la justicia solo sirve para mitigar daños, no para eliminarlos. Los jueces no son perfectos. Pero sustentan sus decisiones en aquello que observan, valoran y dan o no por acreditado. Pero que en este caso la razón jurídica esté reiteradamente del lado del padre parece no tener importancia. Lo visto estos días certifica que resulta mucho más conmovedor el aparatoso melodrama público de una madre aficionada a incumplir compulsivamente las resoluciones judiciales referidas a la custodia de sus hijos.
De fondo, siempre y en todos los casos, el cacareado bienestar del menor. Pero basta una charla con cualquier profesional de los juzgados que tratan estas cuestiones para tomar conciencia de los incontables casos en los que los niños son tratados únicamente como armas arrojadizas por madres y padres que han perdido la cabeza (los dos o uno de ellos). Y en esa utilización perversa y egoísta de la prole ante las instancias judiciales no hay diferencia de género que valga. Mujeres y hombres empatan en vileza. Una vileza que muchas veces acostumbra a vestirse con lágrimas.