España dilapidó ayer en los penaltis el crédito que había ganado en su extraordinaria Eurocopa. Dominó a Inglaterra, pero no aprovechó sus ocasiones. Las inglesas, por su parte, confirmaron su carácter competitivo y una vez más dejaron en evidencia a sus colegas masculinos, que celebraron su último éxito en el remoto mundial de 1966.
Por segunda vez se cumple el deseo expresado en el pegadizo himno oficioso compuesto en 1996 por la banda The Lightning Seeds y los cómicos David Baddiel y Frank Skinner, Three Lions, football’s coming home (el fútbol regresa a casa), solo que las dos ocasiones en que el fútbol ha vuelto al país en que nació ha sido de la mano de las Lucy Bronze, Alessia Russo o Keira Walsh, y no de los Harry Kane o Jude Bellingham.

Las jugadoras inglesas celebran su triunfo.
Nada que objetar a una selección española que ha realizado un campeonato ilusionante y que por muy poco no ha podido repetir los triunfos del Mundial y el torneo de las Naciones. Las jugadoras de Montse Tomé, una vez más, han mantenido en vilo a millones de seguidores y seguidoras, prolongando el idilio con esa nueva afición nacida tras el mundial de Australia.
¿Ayudará el auge de la selección a relanzar las lánguidas competiciones nacionales?
Suele afirmarse que los éxitos de Alexia Putellas, Aitana Bonmatí y sus compinches (en el equipo nacional hay una abrumadora mayoría de barcelonistas) han fomentado la vocación futbolística de toda una generación de niñas. Es un hecho: en diez años, el número de licencias federativas se ha multiplicado por dos, superando ya las cien mil.
El efecto de esta auténtica revolución social y deportiva va más allá. Sirva de ejemplo el éxito de una iniciativa tan modesta como relevante, la Liga Fulanita de Tal, un torneo amateur de fútbol 7 no federado que nació en 2009 en el bar madrileño del mismo nombre y que ya cuenta con 1.200 participantes mayores de 18 años a quienes no se exige experiencia previa.
Otra cosa son la Liga o la Copa. Durante estos últimos años, se ha generado la expectativa de que los éxitos de la selección sirvieran de estímulo para impulsar las lánguidas competiciones nacionales, en especial una Liga F muy poco competitiva.
Pero el efecto de las grandes citas internacionales se ha diluido pronto. La realidad es tozuda. Los clubes no invierten. A diferencia del Barça, el Real Madrid, sigue sin abrir su estadio a sus jugadoras. No hay que engañarse. Es improbable que el entusiasmo de la Eurocopa ayude a que, a corto plazo, puedan verse aquí gradas con entradas tan buenas como las de la competición suiza. O las de la liga inglesa.