El 21 de julio, tres distinguidos catedráticos de Historia Contemporánea, los profesores Fradera (Barcelona), Núñez Seixas (Santiago) y Portillo (País Vasco), publicaron en El País un artículo (“Cataluña, hacia un concierto federal”), que constituye un auténtico pronunciamiento académico a favor de que se establezca en Catalunya “una profunda autonomía fiscal y un incremento de la capacidad recaudatoria”, como primera piedra de “un sistema de conciertos generalizados en las autonomías que lo prefieran –y cabe suponer que, a la larga, lo harían todas–, (que sea) capaz de acomodar la diversidad territorial”.
Es decir, “concierto para todos”, con lo que se eliminaría la singularidad vasca, cuya subsistencia parecen atribuir solo a la habilidad negociadora de Cánovas, a la hora de eliminar los fueros vascos mediante esta concesión a la burguesía local, cuando quizá –apunto– algo tuvo que ver con ello que la primera guerra carlista terminase en tablas con un acuerdo, sellado por el abrazo de Bergara, que eliminó las aduanas interiores y mantuvo el concierto.
Imposible me parece “concertar tantos conciertos”, pese al nombre que se les da para aligerar su impacto: “concierto federal”, cuando poco tienen de “federales”, ya que una pluralidad de relaciones singulares o bilaterales desemboca siempre en un federalismo asimétrico, que no es más que una confederación, es decir, una forma de Estado muy distinta a la federación. En corto y en catalán: sería una olla de grills.
Pero lo incitante de este pronunciamiento es la equiparación del presidente Sánchez con Antonio Cánovas, al decir que “hace un par de años (en el 2023, cuando Sánchez hizo ‘de la necesidad virtud’), otro sagaz emprendedor y oportunista de la política (…) vio la ocasión de rematar el tránsito del procés a la normalidad constitucional en Cataluña” mediante la concesión de un régimen fiscal singular.
Cánovas fue un estadista; Sánchez juega en otra liga; compararlos es excesivo
Las preguntas que me hago son: a) ¿Puede meterse en el mismo saco a Antonio Cánovas y Pedro Sánchez, tildando a ambos de “oportunistas”? b) ¿Se resume en esta sola palabra, oportunista , toda la obra de Cánovas? De Sánchez, sabemos “quin peu calça”; ¿y Cánovas? Corría 1885 y Alfonso XII agonizaba, dejando a la reina María Cristina embarazada del que sería Alfonso XIII. El gobierno, presidido por Cánovas, temía un pronunciamiento republicano, un levantamiento carlista y, sobre todo, una alianza entre liberales y republicanos.
Cánovas y Sagasta, líderes de los dos grandes partidos, conservador y liberal, vista la situación, acordaron la alternancia de gobierno, un “turno pacífico” entre los dos “partidos dinásticos”, para dotar de estabilidad al régimen monárquico restaurado y amenazado. Así, muerto el rey, Cánovas (advertido Sagasta) dimitió y aconsejó a la regente que llamase a este para sucederle. Sagasta aceptó y, el 27 de noviembre, la regente tomó juramento al nuevo gobierno. Se iniciaba el turnismo.
¿Puede sostenerse, a la vista de este episodio, que Cánovas era un oportunista? No. Cánovas proyectaba a largo plazo, pensaba en el interés general y buscaba la colaboración del adversario. Nunca quiso levantar un muro divisorio entre españoles. Mientras que, por el contrario, ¿alguien piensa que Sánchez dimitiría por razones de interés nacional, para investir a un político de la oposición? Comparar a Antonio Cánovas con Pedro Sánchez es, a mi juicio, depresivo para Cánovas y embarazoso para Sánchez. Cánovas fue un estadista; Sánchez juega en otra liga.
Cierto que Cánovas fue un político controvertido. En su activo está su aportación decisiva a la estabilidad política impulsando la primera Restauración, que promovió el crecimiento económico e hizo posible la edad de plata de la cultura española. Y en su pasivo figuran su apoyo a un sistema electoral manipulado y su represión de los movimientos sociales. Fue un político que ha dejado una huella profunda y positiva en la historia de España. El pronunciamiento que motiva este artículo ensalza a Sánchez comparándolo con él. Me parece excesivo.
