La actualidad devora las cifras de víctimas mortales en accidentes de tráfico con una mezcla de perseverancia y fatalidad. Estos días los portavoces de la dirección general de Tráfico y del Servei Català de Trànsit se hartan de recordarnos lo que debemos (y no debemos) hacer al volante. Hace poco incluso se divulgó un informe del Instituto Nacional de Toxicología (INT) que confirma que el 50% de los conductores fallecidos en accidente de tráfico dio positivo en alcohol y drogas. ¿Y el otro 50%? Nadie contabiliza la influencia de los móviles en las tragedias relacionadas con el tráfico.

A diferencia del alcohol y las drogas, la distracción provocada por un mensaje, una llamada o eso que, para darnos importancia, llamamos “notificaciones” no deja rastros en la sangre. Pero tiene consecuencias terribles para los conductores impacientes, irresponsables o demasiado confiados al creer que controlan todos los factores de la atención en el volante.
Nadie contabiliza la influencia de los móviles en los accidentes de tráfico
Y luego están las campañas de prevención. La DGT y la Generalitat las potencian con una tenacidad divulgativa que, si es necesario, amplifica mensajes contundentes o desagradables. En otros tiempos se recurría a la ficción lacrimógena para recrear situaciones reales. La intención era actuar como un espejo que reflejara los hábitos más temerarios o estúpidos de la conducción. En 1989, la Generalitat le encargó una campaña a Lluís Bassat. El anuncio mostraba cómo, dentro del típico vaso de tubo de copazo de discoteca, se añadía gasolina de una manguera de gasolinera. Lema: “Mezclar alcohol y gasolina mata”.
La campaña de este año incorpora testimonios, de una impactante verosimilitud, de familiares de víctimas devastados por “la noticia que no quieres recibir”. Lema: “En la carretera, sé responsable”. Es un mensaje coherente con la dimensión del drama, pero que transmite cierta impotencia colectiva. La campaña de 1989 nos prevenía sobre el riesgo de mezclar alcohol y conducción, que es lo que, según el INT, sigue haciendo la mitad de las víctimas mortales. La del 2025 explica qué sucede después, cuando, a causa de la irresponsabilidad propia o ajena, la víctima se incorpora a la estadística del dolor. Una estadística que, desde la ausencia, convierte el desconsuelo en un legado perpetuo para los supervivientes.